La historia sitúa en 1760 el inicio de la Revolución Industrial, es decir, de un proceso de transformación tecnológica, económica y cultural de la sociedad. La transición de una economía rural, basada en la agricultura y el comercio, a una economía urbana basada en la industrialización y la mecanización. Pone el inicio en 1760 porque es el año en que empiezan a pasar cosas en Inglaterra y Escocia alrededor de la máquina de vapor y la mecanización del textil. Alrededor de 1840 empezaría una segunda etapa ya alrededor de la electricidad con innovaciones como la cadena de montaje.
Cambiar una sociedad no es cosa de dos días, es un proceso que en condiciones normales pide décadas y generaciones. Las primeras generaciones de un cambio no pueden tener plena conciencia de lo que está pasando, y en ningún caso pueden anticipar cuáles serán las consecuencias y cuál el modelo resultante. Por ejemplo, esta transformación que se inició el 1760 en Inglaterra no fue identificada como un fenómeno concreto que merecía recibir un nombra hasta sesenta años después, y el nombre de “Revolución Industrial” no se empezó a utilizar hasta 1820 en Francia.
Somos la generación que inicia una nueva transición
Hoy, claramente, nosotros somos la generación que inicia una nueva transición, esta vez hacia una sociedad digital. Una vez más la humanidad vive un proceso de transformación económica, cultural y tecnológica que dará lugar a una nueva manera de organizar la sociedad. Y como siempre, a nosotros se nos hará difícil poder anticipar cuál será el modelo que resultará de todo esto. Lo que sí sabemos es que será diferente, y que no está claro si saldremos bien o mal parados.
Esta transición está marcada, una vez más, por una tecnología. La digitalización ha tomado el relevo a anteriores tecnologías como el vapor o la electricidad. Si en su momento electrificamos nuestras ciudades, nuestras empresas y nuestras casas, ahora las estamos digitalizando. Y como es normal, este no será un proceso que se pueda hacer en dos días. Pese al aparente vértigo de la tecnología actual, este es un proceso que empezó hace décadas, y que se continuará desarrollando durante décadas, y aún es demasiado pronto para saber con certeza a dónde nos llevará.
Hemos visto la impunidad con la que se pueden espiar teléfonos y ordenadores de representantes políticos, periodistas y abogados
Aún quedan unas cuantas décadas por delante de cambio. No es suficiente conectar cosas y personas a Internet, necesitamos discutir y ponernos de acuerdo sobre los derechos y deberes, sobre de quién son los datos y en qué condiciones quién los puede utilizar y para hacer qué. Hemos visto la impunidad con la que se pueden espiar teléfonos y ordenadores de representantes políticos, periodistas y abogados. Hemos visto como en países de otros contextos culturales las cámaras en la calle hacen una vigilancia sistemática de la ciudadanía, y cómo también empieza a pasar aquí. Pero también hemos visto como esta tecnología permite expandir nuestra creatividad, capacidad de colaborar, y de luchar por nuestras causas.
El hecho digital transforma la educación, el comercio, la movilidad, el ocio, la política, la economía, la cultura… Somos la primera generación de un cambio social. Somos hijos de la sociedad industrial, y padres de la sociedad digital. La industrial es vieja, y ya no nos sirve para todo, y la digital demasiado tierna, y aún no sirve para todo. Somos la generación que ha de ir acompañando el final de una y la progresiva puesta en marcha de la otra. Tan erróneo es querer alargar demasiado el modelo anterior, como precipitarse en confiarlo todo al nuevo.
Ahora toca hacer cambios. Digitalizar no es informatizar un proceso, sino repensar todo el proceso. Digitalizar no tiene nada que ver con tecnología, es cambio cultural. Los problemas del modelo anterior ya no se solucionan con pequeños cambios, toca hacer un modelo nuevo. Toca imaginar cómo serán los bancos, cómo serán las universidades, cómo serán los partidos políticos, y toca imaginarlo desde la valentía de atreverse a pensar que pueden llegar a ser muy diferentes.
Digitalizar no tiene nada que ver con tecnología, es cambio cultural
Toda revolución tecnológica necesita siempre un movimiento social que la ponga en orden. Ya le pasó a la Revolución Industrial, la masificación del trabajo se estaba haciendo sin control y fue necesario un movimiento social de lucha, el sindicalismo, para plantar cara y reivindicar unas condiciones justas. Lucha y conflicto, las disputas alrededor del poder nunca son amables. Ahora estamos viviendo la masificación no del trabajo sino de la información, y hará falta un movimiento social de lucha para plantar cara y reivindicar unas condiciones justas. Lucha y conflicto, porque las disputas alrededor del poder nunca son amables, y la información es poder.
Así pues la sociedad, la de todo el mundo, se encuentra en un momento de traspaso de una sociedad industrial a una sociedad digital, que nos pide estar activos y atentos a dos cosas: repensar nuestra actividad de una manera más radical que no sólo la mejora continua, y velar por nuestros derechos y deberes para garantizar que tendremos una sociedad justa. Y esta tarea nos ocupará toda la vida. No es cosa de un par o tres de años, sino de unas cuantas décadas, porque cambiar el mundo nunca ha sido sencillo ni rápido. Los próximos 30 o 40 años definirán cómo será el mundo, igual que sucedió con la Revolución Industrial.
Tenemos una responsabilidad generacional. Nuestros abuelos hicieron la transición del mundo artesanal al industrial. Nosotros debemos hacer la transición del mundo industrial al digital. Es un encargo suprageneracional, no lo veremos acabado y lo deberemos traspasar a nuestros hijos. Así que concienciad a vuestros hijos que no tengan miedo de pensar cambios valientes, que no se dejen pisar sus derechos y deberes, y que no desfallezcan porque las grandes causas nunca son cortoplacistas.