Hace siglos que usamos tecnología. Al principio eran utensilios que nos ayudaban a hacer cosas, como una azada, un torno, una rueda o un cuchillo, y los llamábamos herramientas. Con el tiempo fuimos sofisticando nuestra capacidad de crear herramientas, tanto que necesitamos otra palabra para explicarnos bien, y las empezamos a llamar máquinas. Máquina de escribir, máquina de vapor, máquina de hacer fotos… ya no eran sólo herramientas, sino mecanismos complejos. Más adelante conseguimos programar estas máquinas para que reprodujesen de manera automática y fiable aquello que queríamos que hiciesen: coger, apretar, girar, levantar, cortar, pintar, y al principio les llamamos autómatas pero enseguida hizo más fortuna el término robot. Robots que ensamblan coches, robots que separan la basura, robots que aspiran el suelo. De herramientas a máquinas y de máquinas a robots, y ahora nos está llegando una nueva evolución que también pedirá un nuevo nombre.
Las máquinas eran más sofisticadas que las herramientas, y los robots lo son todavía más que las máquinas, pero seguimos esperando que hagan exactamente aquello que les hemos indicado. Nos hemos acostumbrado a máquinas-robot que hacen lo que nosotros queremos de la manera que nosotros queremos, de la manera previsible que les hemos indicado, de acuerdo a unos parámetros. Robots que trabajan como autómatas programados.
De herramientas a máquinas y de máquinas a robots, y ahora nos está llegando una nuevaevolución que también pedirá un nuevo nombre
Pero ahora empezamos a ver máquinas, robots, que aprenden, escogen nuevos parámetros, crean nuevos criterios, construyen nuevas reglas y toman sus propias decisiones. La palabra robot se queda corta para explicar esta nueva evolución y de momento lo llamamos inteligencia artificial. Ahora mismo nuestro principal reto es cómo educar esta nueva generación de robots, cómo enseñarlos a tomar las decisiones en base a unos criterios correctos, unas normas éticas, en vez de unos criterios con sesgo de clase, raza, género… A los humanos nos cuesta ponernos de acuerdo cuando hablamos de valores, pues aún nos costará más consensuar cuáles han de ser los valores que debe tener la nueva generación de máquinas.
Los robots, y ahora también la inteligencia artificial, son capaces de hacer muchos trabajos que hasta ahora realizaban las personas, y por tanto destruyen puestos de trabajo. Quizá por eso hay quien cree que los robots deberían pagar impuestos, pero esto es tan ridículo como querer hacer pagar impuestos a las máquinas de escribir o a las azadas. Yo creo que los robots no deben pagar impuestos, por la sencilla razón de que nos costará mucho ponernos de acuerdo en qué es un robot.
El software de la centralita telefónica que te dice que pulses el uno o el dos en función de lo que necesitas, ¿es un robot?. Según cómo, sí, pues ha automatizado tareas y se ha cargado un montón de puestos de trabajo de personal de atención telefónica. ¿Un semáforo es un robot? Antes había un policía administrando el tráfico en los cruces. ¿Decir que los robots han de pagar impuestos significa que los semáforos deben pagar impuestos?
El problema no son las máquinas sino la codicia de algunas personas
Prefiero el modelo actual: los impuestos se pagan en función de la actividad y los beneficios obtenidos, tanto si la actividad la ha hecho una persona o una máquina. El problema que tenemos es de ingeniería fiscal. De multinacionales que ganan dinero en nuestro país pero que legalmente pueden pagar poco o nada aquí, o de empresas muy nuestras pero con entramados fiscales que les permiten acabar tributando en una isla de vete a saber dónde.
Una vez más, el problema no son las máquinas sino la codicia de algunas personas. Esperemos que no sean este tipo de personas las que se encarguen de indicar cuál ha de ser la ética que debe guiar la nueva inteligencia artificial.