No está claro, por qué damos tanta importancia a las primeras veces. Pero lo cierto es que lo hacemos. Nos gusta rememorarlas y utilizarlas como punto de partida, como punto de comparación o como meta. Nos recuerdan que ya no nos encontramos en ese momento de la vida, donde todo es nuevo y todo es experimentable, donde todo está por hacer y todo es posible. En cierto modo, puede llegar a parecer doloroso ya no encontrarse en el punto inicial, donde todo eran promesas y expectativas, y no había errores ni pesos pesados en la mesa. Socialmente, siempre se ha dado mucha trascendencia a las primeras veces, pero, en realidad, solamente suponen la inauguración o apertura a todo lo que está por venir. De hecho, quizá sea por este punto de irreversibilidad que se consideran tan importantes.
Las primeras veces se recuerdan de forma dulce o amarga. El primer trabajo en la juguetería, los primeros amigos en el patio de la escuela, Enric, Laia y Roger, los primeros hogares, la masía en el valle, las primeras palabras, papá y mamá, o los primeros amores, este último nunca lo he tenido claro. Quien más quien menos, a todas nos gusta recordar las primeras veces. Son especiales, nos hacen sonreír ingenuamente sobre lo que fue y ya no es. Como la bola de cristal de Manel, forman parte de aquella vida que no existe porque nunca fue.
"Puede llegar a parecer doloroso ya no encontrarse en el punto inicial, donde todo eran promesas y expectativas"
Aquellas historias que se han quedado en un recuerdo porque no fueron la opción escogida, donde reside todo lo que pudo haber sido. Nunca nadie sabrá lo que hubiera pasado, si no hubieras ido a Madrid. Qué hubiera pasado, si no vivieras en la otra puerta, si no la hubieras visitado en Boston, si yo no hubiera ido a Ámsterdam, si yo no tuviera el corazón roto de antes. En realidad, empiezo a entender, justo ahora, que ya hace años que soy consciente de cómo amo fuertemente, que el mayor reto del amor es estar en el mismo lugar en el mismo momento. Una vez tienes esto, el resto de la historia se escribe sola.
El amor es una gran metáfora para el resto de las cosas de nuestras vidas, seguramente porque se presenta de forma evidente, no como otros hechos que quizás hemos ido considerando rutinarias y simples. Hay muchas formas de sentir amor, y hay muchas veces donde sentiremos que nos estamos estrenando en algo: un nuevo trabajo, un nuevo proyecto personal, una nueva criatura, una nueva pareja, una nueva amistad o un nuevo cuadro en el comedor. Con la edad sentimos que habrá menos primeras veces, y también pensamos que, pasado el momento adrenalínico de la primera juventud, quizás ya no seremos capaces de sentir de nuevo estas emociones y sentimientos. Algunas personas abandonan la esperanza y la espera, otras se aferran a rememorar y magnificar el pasado y algunas, ilusas por algunas y sentimentales por otras, siguen pensando que, si bien el número se reducirá, seguirán buscando, venerando y rememorando sus próximas primeras veces, por mucho que la muestra se reduzca.
"Con la edad sentimos que habrá menos primeras veces"
Así, cuando vengan los años, abrirán esa caja del comedor o esa carpeta en el ordenador con fotografías de su infancia, de su primer diente, de sus primeros recuerdos, de su primera caída en bicicleta, de su primera graduación, de su primer trabajo, de su primera pareja, de su primer hogar, su primera pérdida, su primera promoción y la primera vez que miraron atrás y vieron que, aunque todavía no eran viejas, ya tenían muchas primeras veces a sus espaldas y, sonriendo en una silla giratoria, pensaron que esta también era, de hecho, la primera vez en su vida que miraban atrás, a su pasado, a con una sonrisa dulce, enternecida y nostálgica.