Se ha popularizado mucho, en el campo empresarial, esto de ser tu propio jefe. La manía esta por los hombres “hechos a sí mismos” (como si tal cosa fuera posible), ha originado esta tendencia a no querer pensar que hay nadie por encima de tu poder ni tampoco ninguna entidad universal a la que rendir cuentas. La libertad, malentendida, de pensar que el libre albedrío se encontraba en la no dependencia respecto de lo que te rodea. Una tontería que, por suerte, ha terminado cayendo por su propio peso. La conciencia de la dependencia no sólo nos mantiene humildes, sino también conectados a todo lo que nos rodea y responsables con nuestra acción respecto al resto de personas, entidades y ecosistemas.
En los últimos años, sin embargo, se ha producido otra reestructuración de la cultura empresarial que, como todo en el mundo de los cuidados, ha quedado bastante invisibilizada. Rechazada la idea de que las mujeres no deben ser la secretaria de nadie y que, por tanto, uno o una líder debía ser esa persona todopoderosa capaz de hacerlo todo sin depender de nadie, nos hemos encontrado con que la figura de la secretaria, invisible, pero no por ello imprescindible, se ha borrado del mapa, dejando que la persona que quiere sobresalir tenga que realizar todas las tareas ella sola. Así, lo que antes dependía de un aprendiz, una persona que asistía o incluso unas tareas de cuidado a cargo de alguna persona de la familia o el servicio en el caso de las clases más adineradas, ahora lo hace todo la misma persona. De este modo, encontramos científicos de primer nivel haciendo una invitación al calendario, becarios preparando presentaciones de PowerPoint y estudiantes novatos en el mundo de la academia haciendo a la vez de secretaria, psicóloga de sus compañeros, haciendo las lecturas necesarias y escribiendo en altas de la noche o mientras preparan el almuerzo, con riesgo de incendiar la casa una media de dos veces por semana. Hablando con compañeras que tienen familia y criaturas, esta enumeración se dispara también al rol de pedagoga, canguro de las criaturas, secretaria de la pareja (en el caso de los menos espabilados) y, a veces, electricista, nutricionista o cualquier otra tarea que sea necesaria o urgente.
"Para evitar ser nuestra propia secretaria, es necesario asumir que vivimos en una época en la que no podemos hacerlo todo y en la que necesitamos, más que nunca, la complicidad de los que nos rodean"
No seré yo quien diga que debemos volver a la época en que señores encorbatados eran seguidos por unos tacones que corrían deprisa y tecleaban las cartas con una energía digna de competición. Tampoco seré yo la que piense que todo el mundo necesita un asistente o una persona a la que externalizar toda tarea que no esté estrictamente relacionada con su actividad profesional. Pero sí seré yo la que pida el reconocimiento de que las personas, poliédricas, complejas y con una vida mucho más allá de terminar la presentación por el lunes, convencer al jurado de su proyecto o estar pendiente de la llamada o correo electrónico de tal o tal otro cliente. En una época en la que, por fin, hemos reconocido que el trabajo no lo es aunque hay vida más allá de la oficina, también debemos tener en cuenta que las tareas que tradicionalmente hacía otra persona ahora las hacemos nosotros mismas y que, por tanto, al igual que las tareas se han ajustado, también deben hacerlo las exigencias. Kant nunca tuvo que limpiar la casa, y tampoco veo a Albert Einstein yendo a realizar la compra o pidiendo a la compañía telefónica por qué le ha cambiado la factura este mes. Hegel no tuvo que pasar a buscar a los niños en la escuela mientras pensaba qué harían para cenar, y Nietzsche (aunque sospecho que le hubiera gustado) no se peleaba con nadie por Twitter para defender sus posiciones políticas. Nadie volverá a escribir los ensayos de Montaigne ni tampoco a cantar canciones de trovadores para declarar su amor a su amada, pero tampoco pasa nada. Los tiempos han cambiado, las tareas también, pero parece que nos negamos a cambiar sus exigencias. Para evitar ser nuestra propia secretaria, es necesario que asumimos que vivimos en una época en la que no lo podemos hacer todo y donde necesitamos, más que nunca, la complicidad de los que nos rodean es clave si queremos llegar a algo similar a lo que llaman éxito.