Nací en 1966, es decir, en la segunda mitad del siglo XX como casi todas las personas que hoy leen estas líneas. Durante toda mi infancia y juventud hablar del futuro era hablar del siglo XXI, un siglo en el que todo sería diferente, lleno de tecnología, nuevas maneras de hacer, inventos sorprendentes y seguro que también nuevos problemas. Cuando era pequeño más de una vez calculé cuántos años tendría cuando llegase el siglo XXI y me quedaba tan lejos que realmente creía que todo sería posible, desde las naves de la odisea espacial de Stanley Kubrick hasta los robots deprimidos de Blade Runner.
El caso es que hoy ya estamos en el tramo final del año 2020, ya nos hemos zampado casi todo el primer cuarto del siglo XXI y todo tiene todavía un insoportable aspecto de siglo XX. Las escuelas, las universidades, la política, los periódicos, los derechos de las mujeres, las relaciones laborales, los coches en las ciudades… todo tiene muy poco que ver con lo que habíamos imaginado que sería el siglo XXI. Nos cuesta tanto cambiar las cosas, tanto, que le hemos ido dando prórrogas al pasado y de momento el siglo XX ya ha durado 120 años. A este paso el siglo XX será el siglo más largo de la historia y puede acabar durando doscientos años, y dejarnos sin siglo XXI.
No quiero parecer cínico pues soy perfectamente consciente de las dramáticas consecuencias que el Covid tiene y tendrá en nuestras vidas, pero últimamente pienso que la Historia nos ha enviado esta pandemia para obligarnos a transitar de una vez por todas hacia el siglo XXI, y vista la calma con la que íbamos se ha visto obligada a hacerlo de malas maneras, a empujones y con violencia.
"Nadie dijo nunca que la palabra futuro fuera sinónimo de felicidad, ni que estuviese exenta de amenazas, problemas y riesgos. El futuro siempre es un reto, pero a diferencia del pasado es nuestro destino"
Estamos sufriendo la incertidumbre provocada por el virus y esto nos obliga a reconsiderar muchos procesos, y muchos de los nuevos procedimientos por fi empiezan a resonar a siglo XXI. No llegamos de la mejor manera, pero parece que vamos hacia allá. La carnicería de debajo de mi casa ahora acepta pedidos por whatsapp y hace seis meses ni lo consideraba. Pedí hora al médico y me preguntaron si quería visita presencial, telefónica o por videoconferencia. Me han dicho que si por alguna razón mi hijo debe estar quince días sin ir a la escuela tratarán de ofrecerle un seguimiento telemático. En el trabajo me han dicho que les parece bien que haga teletrabajo dos o tres días a la semana. Un cliente me ha convocado a una reunión y se ha disculpado porque querrían que fuese presencial. Ciertamente alguna cosa está cambiando, y parece que lo hace en dirección al siglo XXI. Insisto, de una manera nada agradable, pero se mueve.
Me lo tomo así. Las actuales circunstancias nos obligan a espabilar en dirección al futuro, nos obligan a reconsiderar procesos, modelos de negocio, actitudes e incluso algunas creencias. Nadie dijo nunca que la palabra futuro fuera sinónimo de felicidad, ni que estuviese exenta de amenazas, problemas y riesgos. El futuro siempre es un reto, pero a diferencia del pasado es nuestro destino. Hola siglo XXI.