Hay dos tuits que explican el demencial momento que están viviendo los EE.UU. y por extensión el resto del mundo. El uno es de Donald Trump donde dos días después de las elecciones decía que le encantaba Twitter, puesto que era como tener un diario propio pero sin las pérdidas. El otro es del pasado domingo y se ve el Sergei Brin a la manifestación al aeropuerto de San Francisco contra las medidas xenófobas de Trump. El cofundador de Google sale con el móvil en la mano mientras conversación con atención con una chica que trae un velo. Brin asistía a la protesta en representación propia como refugiado que fue.
El tuit de Trump explica el panorama mediático actual: las redes sociales y los medios digitales en general como cuarto poder. Hasta el pasado noviembre era imposible que un candidato como Donald Trump y con los grandes medios norteamericanos en contra, llegara a ganar unas elecciones. Las redes sociales —especialmente Facebook— tuvieron un papel determinante a la hora de difundir el mensaje populista de Trump, haciéndolo llegar a sus electores en el momento y forma adecuados.
El poder de las redes se ve en la correlación que hay entre los tuits de Donald Trump y el valor del peso mexicano. Los tuits dirigidos a General Motors amenazándolos con sanciones si fabricaban en México y los que se vantava de haber forzado Ford a cancelar una inversión de 1.600 millones de dólares en una planta en México devaluaron la moneda mexicana un 3,5% respecto al dólar. La intervención del Banco Central Mexicano a principios de enero hizo remontar lo peso un 1,5% que quedar en nada el mismo día, cuando Trump hizo un tuit amenazando Toyota si no cancelaba los planes de abrir una nueva planta en México. La paradoja es que debilitando lo peso hace todavía más atractivas las inversiones norteamericanas en México.
Repasar el timeline de @realDonalTrump es repasar la línea del que se conoce en la red como hater —en catalán odiador, que se entiende más—. De manera indistinta, individuos, colectivos, países, instituciones, empresas, medios de comunicación son el blanco de sus tuits, llegando a la paradoja que un presidente de los EE.UU. se alegre que a una empresa norteamericana como el New York Times le vayan mal las cosas (la afirmación resultó ser falsa).
Pero este golpe ha tocado hueso: Silicon Valley. Al nombre de Sergei Brin se lo tenemos que añadir el de Mark Zuckerberg (Facebook), Sundar Pichai (Google), Tim Cook (Apple), Jeff Bezos (Amazon), Trabes Kalanik (Uber), Brian Chesky (Airbnb), Elon Musk (SpaceX y Tesla) y Reed Hastings (Netflix). Estos son sólo algunos de los directivos de empresas tecnológicas punteras que se han manifestado públicamente contra la orden ejecutiva de Donald Trump que prohíbe la entrada en los Estados Unidos de ciudadanos de 7 países musulmanes. Además de razones éticas hay de prácticas: muchas de estas empresas dan trabajo a trabajadores de los países en cuestión, al sector hay déficit de perfiles tecnológicos que el sistema educativo norteamericano no cubre y algunos de los fundadores de estas grandes empresas son inmigrantes, hijos de inmigrantes o refugiados.
Trump tiene un problema de postveritat (rebuscat eufemismo de mentira) con su Make America Great Again. Dar por bono este eslogan es no entender nada. Además del ejercicio de supremacisme o de ignorancia (probablemente los dos) de equiparar los EE.UU. con todo América, hay subyacente el hecho que los EE.UU. estaban mejor cuando se fabricaban los coches en Detroit y los norteamericanos no compraban Toyota, que no ahora que las empresas de más valor del mundo son a Silicon Valley.
Me sabe mal pero los números están en contra suyo. Si cogemos datos del 1990 de Detroit y las comparamos con las de Silicon Valley del 2014 comprobaremos que las tres grandes de la industria del automóvil tenían un valor combinado de 36.000 millones de dólares con un volumen de negocio agregado de 250.000 millones. El 2014 las tres grandes de Silicon Valley con el mismo volumen de negocio tenían un valor de 1,09 billones.
Esto no quiere decir que la riqueza esté bien repartida, pero pensar que el antiguo modelo productivo basado en la transformación de átomos para un mercado interno pueda superar el actual basado en la transformación de bits para un mercado global es no entender nada de nada.
Tener el Washington Post, el New York Times y la CNN en contra es una cosa y otra de muy diferente es tener Google, Facebook, Amazon, Apple y Microsoft, las cinco grandes, y de propina el resto de tecnológicas. A mí tenerlos en contra, especialmente Facebook y Google, me haría respeto.
Hasta ahora se habían mantenido al margen del debate político alrededor de Trump destacando su papel de plataforma y no de medios (a pesar de que Facebook es el medio más leído del mundo), pero con las últimas declaraciones públicas sus directivos han hecho editoriales con más impacto que las que puedan hacer las del Washington Post, el New York Times o la CNN . Palomitas.
El tuit de Trump explica el panorama mediático actual: las redes sociales y los medios digitales en general como cuarto poder. Hasta el pasado noviembre era imposible que un candidato como Donald Trump y con los grandes medios norteamericanos en contra, llegara a ganar unas elecciones. Las redes sociales —especialmente Facebook— tuvieron un papel determinante a la hora de difundir el mensaje populista de Trump, haciéndolo llegar a sus electores en el momento y forma adecuados.
El poder de las redes se ve en la correlación que hay entre los tuits de Donald Trump y el valor del peso mexicano. Los tuits dirigidos a General Motors amenazándolos con sanciones si fabricaban en México y los que se vantava de haber forzado Ford a cancelar una inversión de 1.600 millones de dólares en una planta en México devaluaron la moneda mexicana un 3,5% respecto al dólar. La intervención del Banco Central Mexicano a principios de enero hizo remontar lo peso un 1,5% que quedar en nada el mismo día, cuando Trump hizo un tuit amenazando Toyota si no cancelaba los planes de abrir una nueva planta en México. La paradoja es que debilitando lo peso hace todavía más atractivas las inversiones norteamericanas en México.
Repasar el timeline de @realDonalTrump es repasar la línea del que se conoce en la red como hater —en catalán odiador, que se entiende más—. De manera indistinta, individuos, colectivos, países, instituciones, empresas, medios de comunicación son el blanco de sus tuits, llegando a la paradoja que un presidente de los EE.UU. se alegre que a una empresa norteamericana como el New York Times le vayan mal las cosas (la afirmación resultó ser falsa).
Pero este golpe ha tocado hueso: Silicon Valley. Al nombre de Sergei Brin se lo tenemos que añadir el de Mark Zuckerberg (Facebook), Sundar Pichai (Google), Tim Cook (Apple), Jeff Bezos (Amazon), Trabes Kalanik (Uber), Brian Chesky (Airbnb), Elon Musk (SpaceX y Tesla) y Reed Hastings (Netflix). Estos son sólo algunos de los directivos de empresas tecnológicas punteras que se han manifestado públicamente contra la orden ejecutiva de Donald Trump que prohíbe la entrada en los Estados Unidos de ciudadanos de 7 países musulmanes. Además de razones éticas hay de prácticas: muchas de estas empresas dan trabajo a trabajadores de los países en cuestión, al sector hay déficit de perfiles tecnológicos que el sistema educativo norteamericano no cubre y algunos de los fundadores de estas grandes empresas son inmigrantes, hijos de inmigrantes o refugiados.
Trump tiene un problema de postveritat (rebuscat eufemismo de mentira) con su Make America Great Again. Dar por bono este eslogan es no entender nada. Además del ejercicio de supremacisme o de ignorancia (probablemente los dos) de equiparar los EE.UU. con todo América, hay subyacente el hecho que los EE.UU. estaban mejor cuando se fabricaban los coches en Detroit y los norteamericanos no compraban Toyota, que no ahora que las empresas de más valor del mundo son a Silicon Valley.
Me sabe mal pero los números están en contra suyo. Si cogemos datos del 1990 de Detroit y las comparamos con las de Silicon Valley del 2014 comprobaremos que las tres grandes de la industria del automóvil tenían un valor combinado de 36.000 millones de dólares con un volumen de negocio agregado de 250.000 millones. El 2014 las tres grandes de Silicon Valley con el mismo volumen de negocio tenían un valor de 1,09 billones.
Esto no quiere decir que la riqueza esté bien repartida, pero pensar que el antiguo modelo productivo basado en la transformación de átomos para un mercado interno pueda superar el actual basado en la transformación de bits para un mercado global es no entender nada de nada.
Tener el Washington Post, el New York Times y la CNN en contra es una cosa y otra de muy diferente es tener Google, Facebook, Amazon, Apple y Microsoft, las cinco grandes, y de propina el resto de tecnológicas. A mí tenerlos en contra, especialmente Facebook y Google, me haría respeto.
Hasta ahora se habían mantenido al margen del debate político alrededor de Trump destacando su papel de plataforma y no de medios (a pesar de que Facebook es el medio más leído del mundo), pero con las últimas declaraciones públicas sus directivos han hecho editoriales con más impacto que las que puedan hacer las del Washington Post, el New York Times o la CNN . Palomitas.
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