¿Quién no ha leído la palabra Orona al subir en un ascensor o el nombre de Ulma al pasar por delante del andamio de una obra o construcción? Se trata de dos cooperativas, muy relevantes en sus respectivos sectores de actividad y fuertemente internacionalizadas que, hasta hace sólo unos días, formaban parte de la Corporación Mondragon, el mayor grupo cooperativo industrial del mundo. Sin duda, su salida, es una mala noticia para el cooperativismo.
El tema era vox populi desde hacía un tiempo. A menudo personas, no familiarizadas con el entorno cooperativo, me preguntaban ¿tan fácil es desvincularse de un grupo cooperativo? ¿No existen mecanismos para forzar su permanencia? Para responder a ello debemos entender la naturaleza del cooperativismo y de la intercooperación. Un grupo cooperativo es, a diferencia de un grupo empresarial mercantil, una pirámide a la inversa, es decir, la soberanía está en la base. Los socios trabajadores deciden en sus asambleas y las cooperativas a la vez deciden en el grupo. Y las asambleas de Orona y Ulma han decidido, por amplia mayoría, salir del grupo de la misma manera que en su día decidieron formar parte de él. Se trata del principio de puertas abiertas del cooperativismo. Formalmente, nada que decir.
Las asambleas de Orona y Ulma han decidido, por amplia mayoría, salir del grupo de la misma manera que en su día decidieron formar parte de él
Mondragon, para decirlo lisa y llanamente, es una experiencia de intercooperación (cooperación entre cooperativas) y de solidaridad. Las cooperativas del grupo han establecido una serie de compromisos para conseguir objetivos que solas no podrían alcanzar y otros de ayuda mutua para sortear situaciones de dificultad. De forma voluntaria, ni más ni menos.
Sin ir más lejos, Orona hoy es, sin duda, una gran y exitosa empresa cooperativa. Ya en los años ochenta se salvó una situación de extrema dificultad precisamente gracias a los mecanismos de apoyo de la corporación, disponiendo de recursos financieros intercooperativos (es decir aportados por el resto de cooperativas) y recolocando a los trabajadores excedentes también a las otras cooperativas del grupo. Este es el modelo de éxito que le ha funcionado a lo largo de los años. Los más ricos, dicho en términos coloquiales, aportan más a los que lo son menos. Y ahora los ricos, algunas cooperativas que van muy bien, deciden abandonar el club, olvidando que si son ricos es, en buena parte, porque formaban parte del club.
Probablemente las razones de este desencuentro tienen muchos matices. El papel de los liderazgos cooperativos seguramente será uno de los temas sobre los cuales habrá que reflexionar en profundidad. No obstante, una mirada con cierta distancia y perspectiva nos puede llevar a la conclusión que, frente a la complejidad e incertidumbre del entorno en el que nos movemos, el modelo de grupo cooperativo sigue siendo, más que nunca, la, respuesta ganadora para afrontar los extraordinarios retos a los que nos enfrentamos. Por lo menos las casi cien cooperativas que siguen formando el grupo así lo entienden. Larga vida a Mondragon.