Es una realidad indiscutible que las redes sociales han revolucionado nuestra cotidianidad. Su capacidad para conectarnos con personas de todo el mundo, descabalgando barreras y brindándonos de otras realidades hasta ahora totalmente ajenas y/o desconocidas, se han convertido en elementos determinantes de su rápida expansión. Su incursión no solo ha transformado nuestros hábitos y estilos de vida, sino que ha dado la vuelta a la interacción que establecemos con nuestro entorno, nuestros referentes de conducta, nuestros patrones de aprendizaje, los modelos tradicionales de negocio, las comunicaciones de marca e incluso la esfera de las relaciones trabajador-empresa.
Cada día, de forma casi compulsiva, nutrimos estas redes de datos e información diversa que acaban configurando nuestra identidad, nuestra huella y nuestra reputación digital. Y de esta manera, diría incluso con un cierto grado de inconsciencia y/o de ingenuidad, desnudamos nuestra intimidad y la hacemos vulnerable frente a terceros.
Somos muchas las personas que hoy no podemos concebir el mundo sin el uso de las redes sociales. De hecho, y mal me pese, yo misma me confieso con cierto grado de dependencia. Me atrevería a decir que es prácticamente una quimera encontrar actualmente alguna persona que no tenga, como mínimo, un perfil en alguna de las plataformas más populares, sea Instagram, ya sea LinkedIn, Tiktok o cualquier otra. Y cuando hablamos de ello, porque hay que poner el debate sobre la mesa y abordar abiertamente el impacto de este nuevo paradigma de interacción entre las personas y el entorno, se inicia una disputa inverosímil entre defensores y detractores, posicionamientos que lejos de acercarnos nos polarizan y dificultan el necesario consenso a propósito de un marco social de actuación.
Es prácticamente una quimera encontrar actualmente alguna persona que no tenga, como mínimo, un perfil en alguna red social
El mundo de las redes sociales y sus repercusiones son de alcance tan amplio que, en lo que a mí respecta, daría lugar a múltiples artículos de opinión. Pero en esta ocasión en particular querría enfocarme en un tema que considero de enorme relevancia: la influencia de las redes sociales en el ámbito laboral y la importancia de preservar nuestra intimidad y vida personal.
El mercado profesional ha evolucionado de forma vertiginosa en los últimos años. Las plataformas han aportado y aportan beneficios significativos, desde la divulgación de información corporativa, la promoción de proyectos, la difusión de iniciativas y las conexiones profesionales, hasta la investigación, captación y retención de talento. Si años atrás en un proceso de selección el recurso que mejor nos definía eran precisamente los datos que se plasmaban en un currículum, hoy en día, con la incorporación de las redes sociales, el entorno digital se ha convertido en el gran altavoz por excelencia de candidatos y reclutadores.
Según datos del último Estudio de Redes Sociales del IAB Spain, el 85% de usuarios de internet también utilizan las redes sociales para interactuar. Sabemos que casi la mitad de la población del Estado dedica entre 1 y 2 horas al día conectada las redes sociales, y en el caso de los adolescentes este consumo se eleva hasta las 2,4 horas. Pasamos tantas horas enganchados a las redes sociales que, inevitablemente, son hoy un potente canal para desarrollar nuestra marca personal y la red de contactos. Por esta razón es imprescindible cuidar nuestro branding personal y saber hasta dónde hemos, y queremos, llegar en el cometido de hablar sobre nuestras capacidades y/o habilidades.
El entorno digital se ha convertido en el gran altavoz por excelencia de candidatos y reclutadores
Sin embargo, más allá de las muchísimas virtudes de este nuevo paradigma, quiero manifestar mi postura contraria a que las empresas y organizaciones soliciten, a veces incluso exijan, el acceso a nuestras redes sociales, fiscalizando, casi sitiando nuestros perfiles y nuestras publicaciones. La intimidad y la vida personal son derechos fundamentales de todos y cada uno de nosotros y, como tales, deben ser respetados escrupulosamente.
Es un hecho palpable que muchas empresas realizan exhaustivos seguimientos de la actividad de sus trabajadores. Un dato relevante, dado el último Informe de InfoJobs sobre Redes Sociales y Empleo, es que el 58% de las compañías del país consultan las redes sociales de los candidatos antes de una posible contratación. Como no podía ser de otra forma, pues, estas actuaciones suscitan ciertos recelos en términos de privacidad y derechos individuales. En el ámbito legislativo, el nuevo Reglamento General de Protección de Datos (RGPD) refuerza la protección de la privacidad en el ámbito digital: todo individuo tiene el derecho reconocido a mantener su vida personal separada de su vida laboral y, por tanto, a determinar también qué aspectos acepta o deniega compartir.
La intimidad y la vida personal son derechos fundamentales de todos y cada uno de nosotros y, como tales, tienen que ser escrupulosamente respetadas
Existe cierta tensión entre la necesidad de proteger la reputación de una empresa y el derecho a la privacidad de sus colaboradores y empleados. Y a medida que la tecnología y las redes sociales evolucionan y se convierten en elementos capitales de nuestro sistema, aumenta esta necesidad de establecer límites claros y políticas transparentes para lograr un adecuado equilibrio.
Bienvenida sea la tecnología. Bienvenida sea la inteligencia artificial y la innovación. Bienvenida sea la inmediatez y la globalización. Pero no olvidemos algo que es sagrado y que demasiadas veces olvidamos: nuestra privacidad y la ligereza con que la regalamos.