Somos de las pocas especies en la tierra que creamos cosas para hacernos la vida más fácil mientras nos matan lentamente, y después emprendemos acciones contundentes para hacer que, una vez adaptados a la solución, volvamos a las prácticas anteriores porque nos hemos dado cuenta que, pese a la aparente innovación, lo estábamos haciendo mejor antes. En los últimos tres siglos hemos dado muchos pasos adelante, pero también muchos atrás. Y algunos de ellos, si las analizamos, han sido completamente inútiles. Las ganas de progresar nos han podido con las ganas de vivir. En favor de un progreso que supuestamente nos llevaría a la felicidad hemos desperdiciado mucho siguiendo una de las máximas más tóxicas de la humanidad: si lo podemos hacer, ¿por qué no hacerlo?
En los lavabos públicos de las universidades a menudo hay carteles que anuncian cosas: festivales de música, conciertos en bares cercanos, nuevos negocios, clases de yoga o nuevas iniciativas que se implementarán en los próximos meses. El otro día, en una de las pausas de escribir que procuro alargar, leí la puerta del lavabo: "a partir del mes de julio ya no ofreceremos tazas de un solo uso, ¡lleva tu taza!". En ese momento me di cuenta de que, a veces, la humanidad avanza para volver a retroceder en pocos años. Hace unas décadas inventamos la forma de hacer recipientes de brebajes que nos permitieran desprendernos de ellos cuando nos molestaran, entrando en una espiral innecesaria de plástico creado para ser depositado después de unos sorbos. Por tanto, todo el esfuerzo dedicado no sólo a la fabricación del vaso, sino también a la sistematización del vaso desechable y acostumbrarnos a utilizarlos en todas las pausas de café, fiestas de cumpleaños y encuentros multitudinarios donde nadie quiere lavar los platos después, ha quedado atrapado en un mar de plásticos. Ahora, unos años después, volvemos a reclamar la importancia de los vasos de vidrio, de plástico reciclado, de bambú o de otros materiales que permiten la comodidad de un solo uso pero con la posibilidad de ser usados más de una sola vez. En resumen, volvemos a reclamar que utilicemos los vasos de toda la vida, pero ahora con una conciencia ambiental mucho más alta.
Al final, todo es un resultado de un sistema insostenible económica y políticamente que separa entre ganadores y perdedores, entre pequeñas acciones y desastres trascendentales
El eterno retorno de las cosas va más allá de unas tazas de cartón y unas cañitas para beber mojitos en la playa. El eterno retorno de las cosas es lo que nos muestra que la naturaleza, más allá de la linealidad forzada a la que la queríamos embutir, es circular. Es circular porque no tiene inicio ni final, sólo etapas. Etapas que pueden aprender de las anteriores, o etapas que surgen, como setas, en medio de un campo. Da igual, en realidad, si utilizamos tazas de cartón o llevamos nuestra taza de casa. Al final, todo es un resultado de un sistema insostenible económica y políticamente que nos separa entre ganadores y perdedores, entre pequeñas acciones y desastres trascendentales. Pero hay pequeños cambios que son lecciones, cambios que nos muestran el camino recto a seguir. Como aquel que enseña al niño a compartir, hay gestos simbólicos que se esconden en una demanda por usar vasos reutilizables, que pone de manifiesto que, como muchos ya temíamos, no todo progreso es loable y que, en definitiva, todo siempre vuelve.