Que VIA Empresa me pidiera hacer este artículo me ha hecho mirar atrás y reflexionar sobre cuando tomé conciencia de, primero, que éramos una empresa y, segundo, que éramos empresa familiar.
Cuando tú naces y creces en el seno de una familia que tiene un despacho en el cual empiezas a colaborar siendo casi una niña te parece la cosa más normal del mundo, no te cuestionas ni preguntas, vas tirando, intentando ayudar al máximo, repartiéndote las tareas con tu hermana. Tu referente es tu madre, ¡estamos en los años 60! Cuando vas a la universidad, en mi caso a estudiar Derecho, te relacionas con compañeros que la mayoría aspiran a tener un despacho profesional o incorporarse al despacho profesional familiar, el concepto "empresa" no estaba en nuestro vocabulario.
Fue al cabo de los años, a principios de los noventa, que haciendo un PDG descubrí que nuestro "despacho" era una empresa de servicios, fue como una "revelación". La desazón que me cogió para implantar los criterios empresariales en la gestión del despacho fue espectacular. ¡Me faltaba tiempo para ejecutar todo aquello que creía había que hacer!
Todavía no teníamos conciencia de qué quería decir ser empresa familiar, pero si analizamos qué hacíamos y cómo lo hacíamos está clarísimo que teníamos integrados los valores que hoy se reconocen en las empresas familiares: mirar a largo plazo, la reinversión constante, tomar decisiones de manera ágil, la resiliencia en los momentos de crisis, una voluntad de relaciones laborales a largo plazo, la ética, la prudencia, la austeridad, la discreción, el compromiso...
La dimensión del término "familiar" la descubrimos cuando ya en 2000-2005, mi hermana y yo nos empezaremos a plantear la posible incorporación de la tercera generación, nuestra sucesión en la Dirección, la necesidad de reflexionar, de hacer un protocolo como hacían otras empresas que conocíamos, no fue una tarea fácil, te haces preguntas como: ¿qué va primero, la familia o la empresa? ¿cuál es el momento idóneo para ceder la dirección? ¿A quién?
Pienso que es un momento delicado y muy decisivo si lo que quieres es que la empresa continúe, que normalmente no puedes hacer solo. Hace falta el acompañamiento de un buen profesional que ayude a objetivar, que ayude a consensuar, hay que escuchar a otros empresarios familiares que han hecho la sucesión antes que tú. Hay que ser generoso, respetar los acuerdos y, lo más importante, tener claro el compromiso de toda la familia en la continuidad.