El trabajo ya no sirve

09 de Noviembre de 2022
Genís Roca

La revolución industrial supuso un cambio en la manera de organizar la sociedad. Pasamos de un modelo económico agrícola y artesanal a otro modelo productivo basado en la industrialización y la mecanización de procesos, la creación de grandes fábricas y la masificación del trabajo. Una buena parte de la población pasó a ser asalariada y se inició un largo proceso para tratar de establecer las reglas de juego necesarias para esa nueva realidad, ordenando y regulando las relaciones laborales.

El resultado fue un siglo XX en que el trabajo se convirtió en el pasaporte social. Sin trabajo no eras nada. Tu lugar de trabajo era la tarjeta de visita que permitía presentarte ante los demás, acreditar quien eras y qué nivel de confianza o credibilidad podías llegar a merecer. Tu ocupación era la manera más rápida de asociarte a una u otra clase social, el contrato laboral era el requisito indispensable para alquilar un piso o pedir un préstamo. Llegó un punto en que el puesto de trabajo era el certificado de ciudadanía, y sin ocupación eras casi un paria. Pero, sobre todo, además de un vector social el trabajo era la manera como la sociedad industrial repartía la riqueza. Una de las grandes tareas sociales de las empresas era la creación de puestos de trabajo, pues los sueldos eran el mecanismo para retornar a la sociedad parte de los beneficios. El otro método eran los impuestos. Con sueldos e impuestos las empresas compartían con la sociedad la riqueza que generaban. Como decía Henry Ford, fabricar coches de manera industrial sólo tenía sentido si los trabajadores podían comprar un coche, y para eso era necesario que cobrasen un sueldo que les permitiese poder llegar a comprar un coche.

En el siglo XX el trabajo se convirtió en el pasaporte social

Ahora estamos en una nueva transición, de una sociedad industrial hacia una sociedad digital. La digitalización está llevando a nuevos extremos la capacidad de hacer más eficientes los procesos, y eso tiene un impacto directo en el mundo del trabajo y pr tanto en nuestro sistema social de repartimiento de la riqueza.

Por ejemplo, el número de salas de cine ha caído en picado. Antes íbamos al cine y parte del dinero de nuestra entrada servía para pagar sueldos a vecinos nuestros que trabajaban en aquella sala. Parte del dinero se quedaba en el territorio. Ahora pagamos mensualmente un importe a Netflix, HBO o Disney, pero estas plataformas casi no tienen empleados en nuestro territorio, y gracias a la ingeniería fiscal tampoco tributan casi nada aquí. Spotify sólo da empleo a 6.000 personas en todo el mundo, cunado antes sólo en Barcelona había centenares de puestos de trabajo, quizás miles, en tiendas de discos y almacenes de distribución. Twitter tenía 7.500 empleados en todo el mundo, y ahora parece que serán la mitad, seguramente ninguno en España pues la actividad se gestionará desde Irlanda, y por cierto también los impuestos. En 2020 Google tenía en toda España 337 trabajadores, y un ridículo capital social de 3.006 euros.

El trabajo está dejando de ser un mecanismo válido para distribuir la riqueza que generan los territorios

La economía digital está extremando la eficiencia de los procesos y la globalización de la actividad. Con esta nueva economía el trabajo está dejando de ser un mecanismo válido para distribuir la riqueza que generan los territorios, y la alternativa de los impuestos no funciona porque la arquitectura jurídica de la Unión Europea hace que sea legal la deslealtad fiscal. Ya hace demasiado tiempo que la lógica de las grandes corporaciones puso el foco sólo en la satisfacción de los accionistas, y dejó de tener en cuenta su función social y económica respecto a los territorios. Nos quieren convencer que se tomarán en serio el tema del medio ambiente para tratar de salvar el planeta, pero se olvidan de la gente que vive en él yendo a tributar a Irlanda, lejos de las personas que les están dando el negocio.

Si queremos que la sociedad digital sea justa necesitamos encontrar un nuevo modelo de reparto de la riqueza. Parece que el trabajo pesará menos en la solución, y de hecho ya estamos hablando de Renta Básica Universal. Con toda certeza deberemos ponernos muy serios con los temas fiscales. Los mayores márgenes de los modelos digitales quizás pedirán una mayor carga impositiva, y sobre todo, un sistema de reparto más justo con los territorios. Que los sistemas fiscales de Europa sean insoportablemente injustos es sólo responsabilidad de Europa. Ya tardamos