Uno de los errores que se ha cometido con Rusia los últimos treinta años es el de tratarlos como si, todavía, fueran la URSS. El enemigo. No nos hemos dado cuenta que el enemigo no eran los rusos, o los soviéticos -denomínenlos como quieran-. El enemigo era el sistema comunista, un totalitarismo, una dictadura fuerte. Los métodos han continuado y la guerra de espías, de hecho, no se ha parado nunca. De todo este torpe juego fue un buen relator John Le Carré, que también había ejercido de espía antes de dedicarse a la literatura.
Y como que la aproximación a Rusia no ha cambiado, tampoco han cambiado los roles. Se ha asumido que era Estados Unidos quién tenía que gestionar las relaciones del mundo occidental con Rusia. Y esto ha sido, en mi opinión, el error más remarcable. No hubo bastante con que los norteamericanos administraran cómo aprovecharse de la antigua URSS cuando ésta se disolvió, sino que se les ha dejado gestionar, hasta hoy mismo, la globalidad de los intereses occidentales.
Cuando fui a vivir a Moscú me sorprendió su nivel de occidentalización, sobre todo europeo. Porque conviene no olvidar que, hasta los Urals, los rusos son europeos -¿o es que quizás Txaikovski componía música oriental?-. Bien, el caso es que uno queda sorprendido cuando ve que lo que podríamos denominar "instalaciones de producción" extranjeras son, mayoritariamente, europeas. Los americanos se quedaron con los hoteles y otras empresas de servicios -por ejemplo, las de distribución de paquetes-. También algunos automóviles. Pero los europeos instalamos Leroy Merlin, IKEA, Carrefour, Siemens, BOSCH, AEG, Volkswagen, BMW, Renault, etc. Es decir que los intereses económicos occidentales en Rusia son, mayoritariamente, europeos.
En cuanto a la energía, está claro que uno de los principales consumidores de productos rusos es Europa. Sobre todo de gas. Y estos son también los intereses de Rusia, con un aparato del Estado que vive, mayoritariamente, de los ingresos por venta de energía. Con un conglomerado de empresas (Gazprom, Rosneft, Novatek, Lukoil, etc.) que, a pesar de que algunas sean privadas, todas están controladas por el Estado, puesto que la energía es un asunto de interés nacional.
En vez de haber trabajado para tener un aliado que llegara hasta Japón, hemos conseguido un enemigo las influencias del cual nos llegan desde China
Debido a muchas razones, Europa no ha podido gestionar sus intereses con Rusia. Los motivos son diversos. Por una parte el alargamiento, como he dicho, de los hábitos de la Guerra Fría. Se ha dejado que el mundo anglosajón gestionara estas relaciones -sólo hay que mirar, ni que sea desde fuera, el volumen estratosférico que tienen las embajadas de Estados Unidos y del Reino Unido en Moscú. Pero también ha habido obstáculos internos europeos. Los antiguos países satélites de la URSS están, todavía, escaldados, y ven a Rusia como el permanente enemigo. Sus simpatías están con la OTAN y, en buen grado, con Estados Unidos. Las razones de esta simpatía son evidentes y, entre ellas, conviene no despreciar el comportamiento del progresismo europeo occidental que pretendió siempre, por simpatías ideológicas, obviar que en aquellos países te disparaban a matar cuando pretendías huir. En consecuencia, los esfuerzos de estos últimos tiempos del presidente Macron y del canciller Scholz han encontrado inmensos obstáculos, sobre todo por parte de Polonia y de las Repúblicas Bálticas.
(Ulan Udè, octubre 2018. Fotografía del autor)El resultado de unas acciones occidentales tan torpes, a menudo fruto de la arrogancia, han llevado a poder asegurar aquello que Fouché -ministro de la policía bajo Napoleón- dijo ante una de las acciones equivocadas del emperador: "Es mucho peor que un acto malvado. Es un error". Hemos conseguido empujar a Putin hacia los brazos de China, con quien tiene que mantener obligadas buenas relaciones -3.600 km de frontera y diez veces la población- rusa. En lugar de haber trabajado para tener un aliado que llegara hasta Japón, hemos conseguido un enemigo las influencias del cual nos llegan desde China.
A los europeos nos espera un encarecimiento general de los precios y, especialmente, de los energéticos
Pasando por el puente que cruza las vías de la estación de Ulan Udè -la ciudad siberiana donde se bifurca la línea del Transiberiano hacia Vladivostok y hacia Beijing- fotografié los trenes quilométricos, llenos de carbón, que iban hacia China. Pensé que aquello cambiaría. Que, por los acuerdos internacionales sobre el cambio climático, el gas natural sustituiría el carbón. Ya ha empezado el cambio. Y el dinero que Rusia podría ingresar de Europa los ingresará de China y hará Rusia menos interesada en nosotros, europeos. Como he dicho, un error.
En resumen, a los europeos nos espera un encarecimiento general de los precios y, especialmente, de los energéticos. Y con una transición hacia una economía de energía sostenible, como la que tenemos que llevar a cabo, el hecho acontece catastrófico. Mientras tanto, América se hará de oro vendiéndonos energía. Es el resultado de no haber podido, o querido, defender nuestros intereses. El resultado geoestratégico más importante de esta guerra tendría que ser que Europa despertara y se diera cuenta que siempre es mejor que los propios intereses los defienda un mismo. Y que si bien un día fue conveniente dejarlos en manso de los anglosajones, actualmente ya no lo podemos continuar haciendo. Especialmente ahora, cuando los inquilinos de la Casa Blanca y del número 10 de Downing Street ya no son ni Roosevelt ni Churchill, sino dos individuos perfectamente incompetentes.
Nota a pie de página: Xavier Roig es autor del libro "El enigma ruso", publicado por La Campana.