A una velocidad de vértigo, se están produciendo cambios trascendentales en la geopolítica mundial, que nos afectarán mucho más allá de lo que nos podemos imaginar. China, un país que mucha gente todavía percibe como subdesarrollado, se está convirtiendo en la potencia dominante a un ritmo que cuesta asimilar. En pocos años, China atrapará los Estados Unidos como primera economía mundial. Hacia el 2050, la economía china podría ser el doble que la americana. Entre sus planes (disciplinadament ejecutados), China prevé acontecer superpotencia absoluta en industria, ciencia y tecnología hacia el 2030. Hoy, la UE ya ha quedado atrás respecto a China en inversión en I+D/PIB, y, en esfuerzo sucio en I+D China ya está a punto de atrapar los Estados Unidos. Entre sus proyectos emblemáticos recientes, hemos conocido que China planea un super-acelerador de partículas (Electron Positron Collider) para hacer investigación fundamental en física, que supone la construcción de un túnel de 100 kilómetros (el CERN de Suiza tiene 27 kilómetros). China ha sido la primera nación en aterrizar en la cara oculta de la luna. Sólo son anécdotas ante la potencia del conjunto. La velocidad de crecimiento y de decisión, y la dimensión de las iniciativas y las inversiones chinas están lejos del que llegamos a imaginar.
"China es un sido-civilización cohesionado por un concepto soft de unidad y homogeneidad, y una estructura hard de control big fecha"
Por primera vez a la historia, una potencia oriental pasará, con toda probabilidad, a ejercer el liderazgo mundial. Una potencia que proviene de otras raíces filosóficas, culturales e históricas, ajenas a las nuestras. Según el periodista británico Martin Jacques, las connotaciones del posible liderazgo mundial de China son difíciles de concebir. En primer lugar, porque China no es un estado-nación como los conocemos en Occidente. Es un estado-civilización, que no ha creado su ethos nacional en los últimos 300 años, como muchos de los estados-nación han hecho, sino que hunde sus principios morales y sociales a la dinastía Han (hace 2.000 años). China está cohesionada por un sentido de civilización. Uno de sus valores políticos fundamentales es la unidad (quizás explicitado en el lema "un país, dos sistemas" popularizado con la reunificación de Hong-Kong). Este sentimiento de unidad tiene un sustrato de identidad: el sentido de pertenencia a una sola cultura (la Han), cosa que los diferencia de los otros grandes países del mundo (EE.UU., India, Brasil...) que disfrutan de una gran diversidad étnica y cultural. Por otro lado, esta cohesión se estructura y se comanda desde un estado y unos liderazgos centralizados que hoy se han reforzado con la más sofisticada tecnología digital. Si a Occidente la legitimidad del estado viene dada por la democracia, en China el estado es el vertebrador de la vieja civilización. Y hoy, China es una autocràcia Big Data . Las autoridades chinas miden automáticamente mediante tecnologías digitales (como el reconocimiento facial) los movimientos de los ciudadanos, sus conversaciones a las redes sociales, sus registros médicos, académicos y laborales, sus compras... Y con todo esto elaboran un ranking de ciudadanía que posiciona al individuo en el contexto social, y lo permite (o no) acceder a determinados servicios (desde transporte hasta las universidades). El progreso personal, pues, depende de un sistema de incentivos fijado top-down de acuerdo con unos patrones de comportamiento.
China es un estado-civilización cohesionado por un concepto soft de unidad y homogeneidad, y una estructura hard de control big data. Sus sistemas de formación de líderes son selectivos y meritocràtics. En palabras de un inversor chino "con nuestro sistema político, Donald Trump no habría pasado de gobernador de barrio de ciudad de provincias". En una estricta estructura piramidal, cada líder tiene que demostrar éxitos en su gestión antes de acceder al siguiente nivel de liderazgo. El progreso ha sido incuestionable, y, a pesar de los serios problemas de corrupción y contaminación, los chinos parecen confiar en este sistema tecnocràtic, y malfien de la democracia liberal que, según ellos, deriva en populismo y políticas de corto plazo. Con los ojos occidentales, y los referentes de las viejas democracias liberales, nos cuesta entender la aceptación del ciudadano chino de los métodos de progreso social que se han creado alrededor de tecnocràcia, sistemas de datos e inteligencia artificial. Pero a la luz del concepto de sido-civilización, de homogeneidad e identidad cultural, y de constatación de éxito (recordamos que el 1978, cuando Deng Xiaoping empezó la marcha al mercado de la economía china, el 90% de la población vivía con menos de 2 dólares diarios), se entiende mejor la disciplina y aceptación china por métodos de estructuración de la sociedad que, desde aquí, nos parecen inquietantes. El sistema chino está funcionando, ha extraído a mil millones de personas de la miseria, y se encamina a dominar el mundo.
"Y si nuestros datos, conducidas por autopistas 5G, son desviadas y 'hackeados' desde Beijing?"
Sea como fuere, cuando pensábamos que nos encontrábamos al final de la historia, y que la combinación de democracia política y libertad económica era la mejor forma de estructuración económica y social, un nuevo sistema tecno-nacionalista emerge con fuerza y genera un terremoto en los equilibrios globales. La disrupción geopolítica está servida. El episodio de Huawei, la directora financiera del cual ha sido detenida en Canadá y extraditada en Estados Unidos es sólo la punta del iceberg. Estados Unidos teme la pérdida de la hegemonía económica, y este temor se explicita en la sospecha que Huawei (cómo tantas otras empresas chinas forjadas sobre la voluntad de crear campeones nacionales) tenga conexiones directas con el Estado chino. Y si nuestros datos, conducidas por autopistas 5G, son desviadas y hackeados desde Beijing? Datos de control de tráfico, de sistemas bancarios, de hospitales o de defensa...
El politólogo americano Grahan Allinson hace un paralelismo con la Grecia Clásica. Según el historiador griego Tucídides, "fue la emergencia de Atenas, y el miedo que se instaló en los espartanos, lo que hizo inevitable la guerra". En los últimos 500 años, en 16 ocasiones la potencia dominante en el mundo ha sido superada por una potencia emergente. En 12 de ellas, la tensión ha traído a la guerra. No creo que, en este caso, el mundo caiga a la trampa de Tucídides. Pero una nueva Guerra Fría está empezando entre Estados Unidos y China. Una guerra que se entregará en el campo de la tecnología y en la cual una potencia oriental y no forjada en la tradición democrática liberal, aliena al que representó el Renacimiento, el Siglo de las Luces, o la Revolución Francesa, puede salir victoriosa.
"Si el fenómeno chino sigue su ritmo de crecimiento y cohesión, quizás llegará un día en el que empresas locales (europeas, españolas, y catalanas), empiecen a recibir agresivas propuestas de compra por parte de empresas chinas, sin importar el precio..."
Mientras una superpotencia como Alemania anuncia inversiones estatales de 3.000 millones de euros hasta el 2025 para desarrollar la inteligencia artificial, China anuncia inversiones por 130.000 millones de euros para dominar de forma absoluta esta tecnología. Europa empequeñece. Si el fenómeno chino sigue su ritmo de crecimiento y cohesión, quizás llegará un día en el que empresas locales (europeas, españolas, y catalanas), empiecen a recibir agresivas propuestas de compra por parte de empresas chinas, sin importar el precio... Si Europa no encuentra su lugar en este nuevo orden, puede estar condenada a ser una exótica península irrisòria en un mundo gobernado por China.