Yo también he decidido cambiar la razón social de mi empresa. No puedo más. Burocracia, papeleo, impuestos, políticas absurdas y sobre todo, la incertidumbre del futuro. Somos en una economía globalizada y en esta coyuntura quedarse en la misma parcela de mundo mirándose el ombligo es un coste de oportunidad que ni yo ni ningún empresario se puede permitir. Otros lo han hecho antes de que yo —haber cambiado la sede de tu empresa es ahora mismo un símbolo de estatus— y muchos más me seguirán. No estoy solo.
Tengo que confesar que la decisión no ha sido fácil y quehe dado muchos tumbos pero finalmente el inevitable ha pasado. Con la decisión tomada sólo faltaba encontrar el destino.
Lo he hablado con uno de los socios (los otros dos no cuentan porque con dos ya sumamos) y las condiciones que le pedíamos al nuevo destino eran que nos permitiera mantener la relación fiscal con nuestros clientes actuales, que nos permitiera trabajar con los bancos con los cuales operamos en euros, que mejorara la presión impositiva actual y que nos ayudara a expandirnos a nuevos mercados. Quedaba claro que Bahamas caía de la lista. Cómo que sólo movemos la sede social, y tanto emprendida como trabajadores continúan en Barcelona, el destino escogido tenía que ser relativamente cerca de la capital catalana para evitarnos costes de transporte, y muy comunicado para minimizar el tiempo de desplazamientos. También era un requerimiento importante que el cambio no supusiera más burocracia.
Descartamos Valencia y Baleares por mal comunicados. Me sabe mal porque Ciutadella será la capital federal de la Confederación Mediterránea y tener presencia ahora habría sido una ventaja competitiva. Madrid está muy comunicado pero con tantas empresas catalanas comohan marchado miedo que el puente aéreo y el TGV esté siempre lleno especialmente viernes a la hora de volver de fin de semana. Otras ciudades españolas no entraban a la quiniela por carencia de proyección internacional.
"Madrid está muy comunicado pero con tantas empresas catalanas comohan marchado miedo que el puente aéreo y el TGV esté siempre lleno"
Finalmente parece que hemos encontrado el lugar que satisface todas nuestras necesidades: Estonia. Voy a e-estonia.com y un texto a un cuerpo de letra de 54 píxeles me da la bienvenida: "Si nosotros hemos creado una sociedad digital, usted también lo puede hacer". Sólo me hay que enviar una foto, mis huellas dactilares, 100 euros (ha subido desde la última vez que lo consulté) y de aquí a 15 días, un golpe verificada mi identidad, me llegará la clave criptográfica y un código PIN para acceder sus sistemas y ya seré e-ciudadano de la República de Estonia, el país más conectado del mundo.
Ser e-ciudadano de la República de Estonia me permitirá acceder al sistema bancario de la UE, a su mercado único y estaré protegido por su marco legal. No me habrá que desplazar nadie de mi empresa ni tener un director local (ni siquiera alquilar 4 metros cuadrados con un teléfono). Todos los contratos que haga los podré hacer digitalmente sin ninguna necesidad de papeleo ni de viajar. De hecho podré trabajar a mi empresa desde cualquier lugar del mundo (e-nomad alert). Y si por todo esto fuera poco, Estonia tiene uno de los sistemas impositivos más competitivos de toda la OCDE.
Estoy a punto de hacer clic para acontecer e-ciudadano de Estonia cuando me llega la noticia —vía VÍA Emprendida, como si no— con una información de última hora que dice que el Gobierno prevé crear un certificado de residencia digital para empresas de todo el mundo que deseen operar en Cataluña, una iniciativa que es exactamente la que el gobierno de Estonia puso en marcha el 2014. Lo paro todo mientras espero que sean los otros que quieran ser e-ciudadanos de la República de Cataluña.