En invierno, antes de que nos encerraran como a hámsters en una jaula, llevé un reloj 'especial' para que me lo arreglaran en unos grandes almacenes. "Hola, buenas tardes, estoy esperando la reparación de la pieza y todavía no me han dicho nada. ¿Me podrías mirar si ya está por aquí?", le dije a la dependienta mirándonos más que nunca a los ojos. "Perdona, no te he escuchado bien. ¿De cuándo es el pedido?", me repite. "Del 3 de febrero". Remueve los cajones y sin resultado a la vista, me promete que al día siguiente una compañera me llamará para decirme algo. Media hora después entro en otra tienda de ropa y, habiendo perdido el ticket online, la dependienta consulta mi artículo gracias al número que yo llevo anotado en un papel. "Esto no lo solemos hacer, pero no pasa nada", me contesta. Al volver a casa, en Metro Valencia, veo distancia entre las personas en los andenes, silencio respetuoso y educación, así en general. Y mascarillas, pero esto ya sabemos que es obligado. Y una puñeta también.
Al día siguiente de esta multiexperiencia con el nuevo comercio, efectivamente, la dependienta me llamó para confirmar que mi reloj está en el taller de reparación. ¡Gracias! Amable, rápida y eficiente. ¿No tendría que ser siempre así?
Lo que vengo a analizar es que todos estos comportamientos hacia una simple consumidora son de agradecer como persona y, además, me provocan la pregunta de si realmente son fruto de la buena atención al cliente o de los efectos de la pandemia. Ya he insistido a menudo que la empatía es una de las cosas que se podría quedar. Igual que la distancia de seguridad con los desconocidos, que me gustaría sustituir por "espacio de tranquilidad". Me evitaría tener que decirle a dos o tres personas cada semana que a los niños que no se conoce no se les toca por muy guapos, simpáticos y traviesos que sean, que lo son los míos. Ya no es cuestión de coronavirus, es cosa del sentido común.
La dependienta me llamó para confirmar que mi reloj está en el taller de reparación. ¡Gracias! Amable, rápida y eficiente. ¿No tendría que ser siempre así?
Pero fuera de la cuña de madre, también pensaba estos días que la limpieza sistemática y a conciencia en la restauración se podría quedar. ¡Y tanto! ¿Cuántas veces habéis tomado un café en una mesa de bar sucia, llena de tazas del cliente anterior? A mí las toallitas y los pañuelos me han salvado, por eso ahora se agradece la espera formal –de pie, con calma y mascarilla- hasta que los camareros pasan el paño con desinfectante por la mesa y, a veces, por las sillas. Eliminaría de la acción ese aliento de desconfianza por si el otro está contagiado, puesto que al final el consumo es una cuestión de creer o no en aquello que vas a comprar. Y no lo digo yo, eh, lo dicen los expertos, que en VIA Empresa son unos cuántos los que lo vienen a afirmar cada semana en artículos, análisis y reportajes diferentes. Suerte que los tenemos a ellos.
Otra de las aportaciones que nos ha hecho la COVID-19 y que celebraría, si se mantiene en la sociedad, es el respeto por el teletrabajo, la asunción de que quien trabaja desde casa no está jugando al solitario en linea sino que está aprovechando más el tiempo y permitiéndose hacer su vida, a pesar de las interrupciones de los niños, la lavadora, y la vida en general, más fácil. En una multiconferència de trabajo que hemos tenido esta semana se ha escuchador decir que "nadie ha mirado el reloj estos meses para hacer el trabajo". El aprendizaje sería asumir que el reloj ya no es válido, sino los objetivos, los resultados.
Al final el consumo es una cuestión de creer o no en aquello que vas a comprar. Y no lo digo yo, eh, lo dicen los expertos
La rapidez no mide nada, el buen hacer es lo que siempre queda. Por eso me da igual que el camarero tarde dos minutos en limpiar con un trapo la silla en la que me sentaré con mi hija, "perdona, eh, pero lo estamos haciendo como nos han dicho, que cuanto más limpiemos las cosas que utilizamos todos, mejor", me dice como pidiéndome perdón. "Tranquilo, si todos estamos haciendo lo que pensamos que es mejor", le contesto. Y así es, porque cómo no podemos imaginar cómo será el futuro (igual que no podíamos imaginar en febrero cómo sería el mes de junio de 2020), vamos aprendiendo a cada segundo, a cada minuto. Como los del reloj que pronto recuperaré, con tantas ganas como la rutina de nuestra vida.