Cuando el otro día veía por televisión el Girona-Barça, tuve una duda sobre cuál era mi estilo de vida: culer sensato, contento de las gestas del més que un club a lo largo de los últimos años, feliz de haber hablado al menos una vez en la vida con Cruyff, Messi, Guardiola, Alexia, Rexach o Piqué, seguidor de Roger Vinton cuando dijo hace unos días en la entrevista con Elena Busquets, aquí en VIA Empresa, que en mi equipo están cambiando empresarios por financieros, me alegré de que ganara el Girona. ¿He traicionado mi estilo de vida, en el cual ser del Barça es un elemento más de ser buen catalán, sensato, culto, bienpensante, con una dosis intermedia entre el sentido común y el entusiasmo desbordado?
El sabio Vinton, autor de La teranyina blaugrana, dice que el Barça tiene "un balance muy desequilibrado, con un pasivo muy elevado y con grandes incertidumbres de futuro". Es decir, formo parte de la segunda corona de un club con más incertidumbres que capacidad de victorias. Mi faceta de espectador y animador de unos colores y de unos sentimientos de pertenencia puede derivar en desencanto, inquietud y abandono. ¿Qué haré en esos minutos semanales que le dedico? La práctica deportiva y la contemplación de los éxitos (y fracasos) de tu club son elementos que acompañan el estilo de vida; puedes ser del Madrid, pero eso ya son otros asuntos.
El concepto de estilo de vida se desata en la historia en los felices años 1920, cuando de repente las ciudades toman posesión de la modernidad y se llenan de luz
El concepto de estilo de vida se desata en la historia en los felices años 1920, cuando de repente las ciudades toman posesión de la modernidad, se llenan de luz, se amplía la vida nocturna de jazz y cabaret, nacen los grandes almacenes y la incipiente clase media percibe que vive cómodamente; la industrialización que lleva más de cien años ha cuajado y ha desterrado las penurias históricas; la clase emergente desea disfrutar de la vida y de los placeres: crea una nueva forma de ser.
Yo no digo que ser del Barça sea un estilo de vida, pero sí que forma parte de una personalidad que acompaña los intereses, las actividades, las opiniones y a la vez configuran la representación social que se hace de todo este entramado. Y si me tambalea el Barça por aquello que decía Vinton del balance desequilibrado, el pasivo elevado y la incertidumbre de futuro, cuando observo los otros aspectos que configuran mi forma de ser, temo que no es mucho menos.
Estoy a medio camino entre la lectura en papel y digital; lo mismo me pasa con el cine o la música en sala o en las plataformas; compro mayoritariamente de forma presencial, pero conozco las ventajas de hacerlo en línea. Uso la IA en muchas facetas de mi vida, pero todavía persiste la desconfianza de si me están mintiendo. Temo cuando un gran banco quiere adquirir a otro bien gestionado y con visión de pymes, porque desaparecería una manera de hacer más cercana; las fusiones solo tienen una razón de ser que es crear conglomerados cada vez más grandes y alejados de los clientes. Tengo miedo de verdad cuando me ofrecen productos o servicios cada vez más rápidos, cada vez más potentes porque sostengo que eso de altius, citius et furtius es un buen lema deportivo, pero no se puede trasladar a todo en la vida. Tiene razón Bauman cuando repite incesantemente en su obra que vivimos en una sociedad líquida. Excitante, pero de transición. De abandono de muchos aspectos conocidos para adentrarnos en muchos otros demasiado desconocidos. La derrota del Barça me ha dejado melancólico, pero siempre nos quedará Girona.