Te guste o no, es parte de nuestra historia y de nuestra cultura, me dice una amiga mientras hacemos un maratón de películas sobre el Vaticano. Ha muerto el Santo Padre. Un hecho que, más allá del mundo religioso, simboliza un giro de era en las democracias contemporáneas. Su legado, a caballo entre la apertura y la contradicción, ha dejado huella en sectores muy diversos. Para algunos, será recordado como un reformador valiente dentro de una de las instituciones más conservadoras del mundo; para otros, un intento que no fue lo suficientemente lejos, o un líder demasiado abierto, o una continuación de una institución en la que no creen ni defienden. Sea como sea, la elección del nuevo Santo Padre será clave para determinar hacia dónde basculará el Vaticano, pero también para entender el rumbo que tomarán las democracias europeas.
La sociedad, religiosa o laica, no puede evitar mirar hacia Roma. En tiempos de incertidumbre, todo el mundo busca referentes. Y ahora más que nunca, veremos qué ideas afloran, quién las defiende y si la institución sabrá mantener los valores universales de respeto, diálogo y paz en un mundo que cambia rápidamente y pide respuestas valientes.