El actual sistema financiero y monetario se fundamenta en el monopolio público de la emisión de moneda por parte de los bancos centrales. El Estado decide qué moneda es de curso legal dentro de su territorio y qué no lo es. Qué moneda se tiene que aceptar obligatoriamente y sirve para hacer los pagos y qué no. Esta moneda es fiduciària, y no tiene por ella misma ningún tipo de valor real. Su valor deriva de la confianza que tenemos que será aceptada como medio de intercambio. Ni este es el único sistema monetario ni siempre se ha operado así.
La alternativa al monopolio de los bancos centrales es la banca libre (free banking), donde la producción de dinero está descentralizada en términos competitivos, y una alternativa al dinero fiduciario (fiado money) es cualquier modalidad de dinero que tenga valor real por él mismo. Los defensores de la banca central, a menudo con elevados intereses crematísticos y corporativistes en el mantenimiento del estatus quo, sostienen que el Banco Central es necesario. Que sin estas entidades, por ejemplo, no se podrían rescatar los bancos comerciales en quiebra.
Así se rescató el sector financiero español el 2012, con la crisis de la deuda soberana, y así se volverá a hacer actualmente con la crisis de la banca italiana. La banca transalpina acumula unos créditos morosos por valor de 360.000 millones de euros, equivalentes a un tercio del total de la eurozona. Los defensores de la banca central dan por buena la fabricación de un mínimo de 40.000 millones de euros para tapar los agujeros del UniCredit, el más grande, seguido del Intesa Sanpaolo, el segundo, y el Monte dei Paschi di Siena, la tercera entidad de Italia y la más antigua del mundo, fundada el 1472. Políticos y banqueros, con el inestimable apoyo intelectual de algunos prominentes economistas, defienden la intervención activa del Banco Central Europeo para inyectar nuevo dinero (siempre más dinero!) y salvar la banca en problemas.
Esto, pero, es sufrir el síndrome del bombero pirómano. El banco central permite el incremento descontrolat del crédito bancario, ya sea en medio de una burbuja de proporciones gigantescas en España o en situación de estancamiento económico en Italia, y después rescata la banca en problemas. Primero prende fuego, o permite su difusión, y después se ofrece para apagarlo. Es importante constatar que el sistema monetario y financiero actual es inestable, y que necesita una reforma urgente y radical. En el sistema alternativo de banca libre los bancos no disfrutarían de privilegios estatales y estarían sujetos a la legislación mercantil como toda otra empresa (por qué la Sido tiene que salvar los bancos pero no los tenderos o los autónomos con problemas?). En la banca libre no hay un prestamista de última instancia (el banco central) que sostenga periódicamente con programas de liquidez extraordinarios unas entidades financieras sujetas a una crisis de confianza o a una retirada imprevista de depósitos (que no tienen disponibles, por haberlos invertido en préstamos a largo plazo), ni hace falta tampoco un seguro emitido por el Gobierno sobre los depósitos bancarios. Los bancos serían libres para emitir su propio dinero, eso sí, cumpliendo en todo momento los principios generales del derecho.
Uno de las principales ventajas de la banca libre, en contraposición al banco central, es que no sufre los problemas de la centralización de la información de un único banco emisor y puede reaccionar más rápidamente y cuidadosamente a las condiciones cambiantes del mercado y de la demanda de dinero proporcionando la oferta de dinero más adecuada. En un sistema de banca libre, la oferta monetaria no es el resultado de una decisión discrecional, sino la consecuencia no previsible del resultado de múltiples bancos operante en un entorno institucional de competencia. Los mejores resultados de un sistema de banca libre se pueden razonar en términos de más conocimiento en la toma de decisiones (descentralización de la información), competencia (no existencia de monopolio) e incentivos (múltiples bancos emisores sin privilegios que están sometidos a la disciplina del mercado y a la obtención de un beneficio).
Otra ventaja de la banca libre es la separación real que se consigue entre el sistema bancario y el Gobierno. Las típicas operaciones de mercado abierto realizadas por el banco central, subscribiendo títulos de deuda pública y financiando el gasto público que el sector privado no decide financiar libremente en el mercado, no se podrían llevar a cabo en un sistema de banca libre. Por lo tanto, sería una excelente manera de poner límites al crecimiento de la deuda pública, hoy tan descontrolat.
La corriente macroeconómica dominando actualmente, keynesià o monetarista, defiende la existencia del banco central. Entre Keynes y Friedman es más importando el que los une que las diferencias que los separan. La sucesión de graves crisis financieras acompañadas de estímulos monetarios de los bancos central es inacabable: la crisis de la deuda de México (1982), el crac bursátil (1987), la crisis financiera asiática (1997), la quiebra del fondo de inversión Long-Term Capital Management (1998), la crisis de las empresas tecnológicas (2001), y la Gran Recesión del 2008. En pleno 2016, continúan las sucesivas rondas de estímulos monetarios de los principales bancos centrales.
El monopolio del sistema monetario, pero, sólo agrava los problemas a medio plazo y y ncrementalas desigualdades sociales a favor de la minoría de súper-ricos, con acceso directo al nuevo dinero creado, y en contra de las clases medianas y trabajadoras, cada día más depauperadas.
Andrea Menage, estudiando del grado de Gestión de empresas, es la coautora del artículo.
La alternativa al monopolio de los bancos centrales es la banca libre (free banking), donde la producción de dinero está descentralizada en términos competitivos, y una alternativa al dinero fiduciario (fiado money) es cualquier modalidad de dinero que tenga valor real por él mismo. Los defensores de la banca central, a menudo con elevados intereses crematísticos y corporativistes en el mantenimiento del estatus quo, sostienen que el Banco Central es necesario. Que sin estas entidades, por ejemplo, no se podrían rescatar los bancos comerciales en quiebra.
Así se rescató el sector financiero español el 2012, con la crisis de la deuda soberana, y así se volverá a hacer actualmente con la crisis de la banca italiana. La banca transalpina acumula unos créditos morosos por valor de 360.000 millones de euros, equivalentes a un tercio del total de la eurozona. Los defensores de la banca central dan por buena la fabricación de un mínimo de 40.000 millones de euros para tapar los agujeros del UniCredit, el más grande, seguido del Intesa Sanpaolo, el segundo, y el Monte dei Paschi di Siena, la tercera entidad de Italia y la más antigua del mundo, fundada el 1472. Políticos y banqueros, con el inestimable apoyo intelectual de algunos prominentes economistas, defienden la intervención activa del Banco Central Europeo para inyectar nuevo dinero (siempre más dinero!) y salvar la banca en problemas.
Esto, pero, es sufrir el síndrome del bombero pirómano. El banco central permite el incremento descontrolat del crédito bancario, ya sea en medio de una burbuja de proporciones gigantescas en España o en situación de estancamiento económico en Italia, y después rescata la banca en problemas. Primero prende fuego, o permite su difusión, y después se ofrece para apagarlo. Es importante constatar que el sistema monetario y financiero actual es inestable, y que necesita una reforma urgente y radical. En el sistema alternativo de banca libre los bancos no disfrutarían de privilegios estatales y estarían sujetos a la legislación mercantil como toda otra empresa (por qué la Sido tiene que salvar los bancos pero no los tenderos o los autónomos con problemas?). En la banca libre no hay un prestamista de última instancia (el banco central) que sostenga periódicamente con programas de liquidez extraordinarios unas entidades financieras sujetas a una crisis de confianza o a una retirada imprevista de depósitos (que no tienen disponibles, por haberlos invertido en préstamos a largo plazo), ni hace falta tampoco un seguro emitido por el Gobierno sobre los depósitos bancarios. Los bancos serían libres para emitir su propio dinero, eso sí, cumpliendo en todo momento los principios generales del derecho.
Uno de las principales ventajas de la banca libre, en contraposición al banco central, es que no sufre los problemas de la centralización de la información de un único banco emisor y puede reaccionar más rápidamente y cuidadosamente a las condiciones cambiantes del mercado y de la demanda de dinero proporcionando la oferta de dinero más adecuada. En un sistema de banca libre, la oferta monetaria no es el resultado de una decisión discrecional, sino la consecuencia no previsible del resultado de múltiples bancos operante en un entorno institucional de competencia. Los mejores resultados de un sistema de banca libre se pueden razonar en términos de más conocimiento en la toma de decisiones (descentralización de la información), competencia (no existencia de monopolio) e incentivos (múltiples bancos emisores sin privilegios que están sometidos a la disciplina del mercado y a la obtención de un beneficio).
Otra ventaja de la banca libre es la separación real que se consigue entre el sistema bancario y el Gobierno. Las típicas operaciones de mercado abierto realizadas por el banco central, subscribiendo títulos de deuda pública y financiando el gasto público que el sector privado no decide financiar libremente en el mercado, no se podrían llevar a cabo en un sistema de banca libre. Por lo tanto, sería una excelente manera de poner límites al crecimiento de la deuda pública, hoy tan descontrolat.
La corriente macroeconómica dominando actualmente, keynesià o monetarista, defiende la existencia del banco central. Entre Keynes y Friedman es más importando el que los une que las diferencias que los separan. La sucesión de graves crisis financieras acompañadas de estímulos monetarios de los bancos central es inacabable: la crisis de la deuda de México (1982), el crac bursátil (1987), la crisis financiera asiática (1997), la quiebra del fondo de inversión Long-Term Capital Management (1998), la crisis de las empresas tecnológicas (2001), y la Gran Recesión del 2008. En pleno 2016, continúan las sucesivas rondas de estímulos monetarios de los principales bancos centrales.
El monopolio del sistema monetario, pero, sólo agrava los problemas a medio plazo y y ncrementalas desigualdades sociales a favor de la minoría de súper-ricos, con acceso directo al nuevo dinero creado, y en contra de las clases medianas y trabajadoras, cada día más depauperadas.
Andrea Menage, estudiando del grado de Gestión de empresas, es la coautora del artículo.
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