La revolución industrial empezó en el siglo XVIII y ahora ya llevamos casi trescientos años trabajando bajo la lógica industrial de ordenar los procesos, garantizar las calidades, controlar los tiempos, procedimentar las tareas. Industrializar es sinónimo de estabilizar tanto como se pueda, evitar los riesgos e improvisar poco. Industrializar es controlar. Garantizar que las cosas se hacen siempre de una determinada manera, y que esta manera de hacer se va mejorando más y más hasta poder decir que está optimizada. El sueño es el procedimiento perfecto y el premio es una certificación ISO.
Llevamos tanto tiempo obsesionados con fijar las cosas que se nos hace difícil introducir cambios. Trescientos años industrializando nos han vuelto tan rígidos que ahora ya hace cien que discutimos cómo introducir la innovación en las organizaciones. Resistencia al cambio, gestión del cambio y miedo a la incertidumbre o el fracaso son algunas de las psicopatologías organizativas que nos ha dejado la revolución industrial.
El resultado es que cuando introducimos cambios o mejoras, cuando hacemos innovaciones, en el fondo lo que buscamos es un nuevo procedimiento que sustituya al anterior. Substituyo un modelo por otro, cuestiono un modelo pero propongo otro, y el nuevo modelo tiene la vocación de convertirse en algo tan estable como lo era el anterior. Propongo cosas nuevas, pero no abandono el paradigma de la estabilidad, de la buena solución que podremos acabar estabilizando. Hacemos innovación pero no abandonamos la idea de orden y control.
Propongo cosas nuevas, pero no abandono el paradigma de la estabilidad, de la buena solución que podremos acabar estabilizando. Hacemos innovación pero no abandonamos la idea de orden y control
Ahora resulta que estamos en transición. Vamos abandonando una sociedad industrial de modelos estabilizados durante años, a veces incluso siglos, para ir entrando progresivamente en la sociedad digital que recién está empezando. Desarrollar la sociedad digital comporta tantos cambios estructurales que como vamos tan deprisa quizá no nos pedirá trescientos años, pero setenta y cinco, cien, o ciento veinte seguro que sí. Hay mucho trabajo. Hay que volver a definir el contrato social, volver a definir los modelos de negocio, modelos de gobernanza, repensar las Universidades, los actores sociales, la relación con la información, derechos y deberes… llevará tiempo. Ninguno de los que estamos leyendo este artículo lo verá completado.
Somos la generación que inicia la transición hacia la sociedad digital, y ninguno de nosotros la verá completada. No nos corresponde a nosotros dar con el nuevo modelo y estabilizarlo. Todo lo contrario. Nuestro trabajo es introducir cambios y no dejar de hacerlo una y otra vez. Sea cual sea la solución que propongamos, hemos de saber que en dos, tres o cuatro años habrá que volver a proponer otra vez una nueva solución diferente. No te enamores de tus soluciones y no intentes convertirlas en estables. Hagas lo que hagas, cámbialo. Y ve pensando cómo lo volverás a cambiar.