Estas semanas están siendo atípicas, por expresarlo suavemente, en la inmensa mayoría de los países del mundo. Nos enfrentamos a un Cisne Negro, así lo calificaría Nassim Taleb, autor del libro homónimo. Un suceso altamente improbable con tres atributos: una rareza, produce un impacto tremendo y la naturaleza humana hace que inventemos explicaciones de su existencia después del hecho. Ante esta rareza las actividades regulares han quedado temporalmente congeladas. Como pájaros suspendidos en pleno vuelo.
En el caso de mucho de nosotros, el viajar era una de esas actividades regulares. Volar cual incansables aves. Vivir volando, vivir viajando. Los expertos aseguran que una de las razones que se haya transmitido tan rápido el COVID-19 es por estos viajes incesantes y que, entre otras muchas acciones, repensaremos como viajamos, sobre todo los vuelos largos. Entre tanto desde nuestros hogares podemos seguir volando, seguir viajando.
La llanura argentina es inconmensurable, kilómetros y kilómetros de extensión, de campos, vacas, cultivos. Horizontes sin fin y una luz especial. Y de tanto en tanto, encuentras espantapájaros. Efectivos por lo que comentan los lugareños. Curioso como un simple muñeco logra disuadir a los pájaros y ayuda a preservar las cosechas. De pequeña he mirado entre maravillada y temerosa estos muñecos tan reales desde la distancia y tan grotescos en la cercanía. Y de un plumazo, hace unos pocos días desde la otra punta del mundo, vuelvo a verlos. Diferentes a los de mi niñez.
En la campiña de Camboya, desde la irrupción de la pandemia, aparecieron unos peculiares espantapájaros. Fotografiados por Chris Schoenmbohm, Director y Co-fundador de Kulen Outreach, ONG que realiza una labor fantástica para la comunidad local, contemplo cautivada estas “efigies de enfermedad” que brotan sin cesar. Pueden acceder a una galería de fotos de estos “espantavirus” en este enlace. Inquietantes y fascinantes a partes iguales, su función es “engañar a los espíritus para que enfermen las efigies en lugar de los miembros de la familia en cuyo hogar están colocadas”, nos explica Chris. En esta ocasión no son aves a las que se intenta apartar, es a un virus que ha desplegado sus alas, nos sobrevuela y nos espanta a nosotros, los humanos. Paradojas de la vida.
¿Qué nos depara el futuro de los viajes? ¿Desplegaremos las alas nuevamente? WTTC indica que el sector podría tardar hasta 10 meses en recuperarse, una vez superado el brote y ya hay varias iniciativas desde el mundo académico analizando el impacto de esta crisis en el sector turístico. A modo de ejemplo consulten las rigurosas Travel & Tourism Transformed, Regional Studies Association y Travel & Tourism Research Association, o estos interesantes artículos de Dimitrios Buhalis y Sara Pastor.
Con toda seguridad en unos meses viajaremos nuevamente, confiemos que de forma más responsable y sostenible. Mientras tanto, sigamos el consejo de Visit Portugal, organismo de promoción turística del país luso, cuya maravillosa campaña “Can’t skip hope” nos invita a parar temporalmente, a recogernos en nuestros nidos:
Es tiempo para parar
Tiempo perfecto para no visitar ningún lugar
Es tiempo para parar
La naturaleza, los paisajes, las playas y los monumentos no irán a ninguna parte, estarán allí esperando para cuando podamos disfrutarlos
Y allí estaremos cuando esto acabe y renaceremos de las cenizas como el ave fénix para desplegar las alas y volar alto, bien alto. Sin olvidar que, tal como afirma Pepe Mujica, ex Presidente de Uruguay en una reciente entrevista “…el virus es un desafío de la biología para recordarnos que no somos tan dueños absolutos del mundo como nos parece”. No lo somos y si deseamos vivir volando, es fundamental entender hoy más que nunca que es preciso viajar respetando a la tierra, a su flora, a su fauna y a sus personas. A volar, estos días, solo con la imaginación que el mejor medio de transporte.