Hace unos días, a la contra de La Vanguardia, entrevistaron un pianista palestino refugiado en Alemania. De entre las preocupantes realidades vividas que explicó hay dos que creo relevantes: su abuelo tuvo que abandonar Palestina el 1948 y, en segundo lugar, que en Siria y todo el Oriente Medio las armas que matan son americanas, rusas y europeas.
La primera fecha, 1948, corresponde en la Declaración Universal de los Derechos Humanos, aprobada por la Asamblea General de las Naciones Unidas el 10 de diciembre de aquel año, justo cuando se producía la guerra árabe-Israel que supuso la expulsión de casa suya de más de 700.000 árabes por las fuerzas israelíes, armadas y equipadas por los europeos y los americanos. Este es el inicio de todos los desastres que han ido sucediendo y asolando el Oriente Medio y que, a la vez, han creado la inseguridad más grande e inestabilidad mundial de nuestros días.
De aquel polvo vienen estos barros. La creación de un estado judío en tierras palestinas, por los acuerdos Sykes-Pájaro carpintero, entre los Estados Unidos, Gran Bretaña, Francia y Rusia, ha traído a conflictos permanentes en la Oriente Medio y, ahora mismo, en todo el mundo. Los judíos exigieron sus derechos históricos sobre la zona, haciendo referencia en la antigua provincia de Judea del imperio romano, para echar de casa suya a los palestinos. Un argumento similar al que actualmente usa el Estado Islámico para reclamar todo el Al-Andaluz, territorio que ocuparon los árabes durante ocho siglos.
En cuanto al armamento que se está utilizando a los varios conflictos en vigor en la zona, parece que proviene, principalmente, de los mismos estados que, unilateralmente, decidieron la creación del estado de Israel. La decisión del nuevo presidente norteamericano, Donald Trump (con yerno judío e hija conversa) de apoyar en el gobierno judío contra el habitual equilibrio de los anteriores presidentes, crea todavía más inestabilidad al mundo.
Los acuerdos de Camp David, conseguidos gracias a la firme voluntad y dedicación del presidente Cartero, por parte de los Estados Unidos, y de los presidentes de Israel , Menachem Beban y de Egipto, Anuar el-Sadat, o los de Oslo de 1993, que tuvieron como actores principales a Bill Clinton, Isaac Rabín e Iáser Arafat, no han tenido continuidad, más bien al contrario, se han incomplert permanentemente, así como todos los acuerdos aprobados por Naciones Unidas.
Inmediatamente después de la toma de posesión de Donald Trump, el gobierno israelí, por decisión apoyada por el Knésset, su Parlamento, aprobó, de forma retroactiva (no admitida por el Derecho Internacional) la legalización de 4.000 viviendas de colonos israelíes construidas en la Cisjordania sobre terrenos particulares de palestinos en asentamientos no autorizados. Estos se suman a los más de 120 territorios ocupados en la Cisjordania, donde viven un número superior en los 400.000 colonos, fuera de la ley internacional y en contra de los acuerdos del Consejo de Seguridad de Naciones Unidas.
El pueblo israelí, que procede en buena parte de las familias expoliadas, asesinadas y masacradas en el Europa convulsa del siglo pasado, debe de observar, con estupor, que el trato al que somete su gobierno a los palestinos no es el normal para una de las democracias más dinámicas y avances del mundo.
No perdemos la esperanza en qué unos y otros encuentren los caminos de concordia que eviten el conflicto y las muertes, favoreciendo el entendimiento y la paz y consigan un desarrollo económico y social del Oriente Medio que lo sostenga. El desempeño de la Declaración Universal de los Derechos Humanos de 1948 fuera una buena pauta a seguir.
La primera fecha, 1948, corresponde en la Declaración Universal de los Derechos Humanos, aprobada por la Asamblea General de las Naciones Unidas el 10 de diciembre de aquel año, justo cuando se producía la guerra árabe-Israel que supuso la expulsión de casa suya de más de 700.000 árabes por las fuerzas israelíes, armadas y equipadas por los europeos y los americanos. Este es el inicio de todos los desastres que han ido sucediendo y asolando el Oriente Medio y que, a la vez, han creado la inseguridad más grande e inestabilidad mundial de nuestros días.
De aquel polvo vienen estos barros. La creación de un estado judío en tierras palestinas, por los acuerdos Sykes-Pájaro carpintero, entre los Estados Unidos, Gran Bretaña, Francia y Rusia, ha traído a conflictos permanentes en la Oriente Medio y, ahora mismo, en todo el mundo. Los judíos exigieron sus derechos históricos sobre la zona, haciendo referencia en la antigua provincia de Judea del imperio romano, para echar de casa suya a los palestinos. Un argumento similar al que actualmente usa el Estado Islámico para reclamar todo el Al-Andaluz, territorio que ocuparon los árabes durante ocho siglos.
En cuanto al armamento que se está utilizando a los varios conflictos en vigor en la zona, parece que proviene, principalmente, de los mismos estados que, unilateralmente, decidieron la creación del estado de Israel. La decisión del nuevo presidente norteamericano, Donald Trump (con yerno judío e hija conversa) de apoyar en el gobierno judío contra el habitual equilibrio de los anteriores presidentes, crea todavía más inestabilidad al mundo.
Los acuerdos de Camp David, conseguidos gracias a la firme voluntad y dedicación del presidente Cartero, por parte de los Estados Unidos, y de los presidentes de Israel , Menachem Beban y de Egipto, Anuar el-Sadat, o los de Oslo de 1993, que tuvieron como actores principales a Bill Clinton, Isaac Rabín e Iáser Arafat, no han tenido continuidad, más bien al contrario, se han incomplert permanentemente, así como todos los acuerdos aprobados por Naciones Unidas.
Inmediatamente después de la toma de posesión de Donald Trump, el gobierno israelí, por decisión apoyada por el Knésset, su Parlamento, aprobó, de forma retroactiva (no admitida por el Derecho Internacional) la legalización de 4.000 viviendas de colonos israelíes construidas en la Cisjordania sobre terrenos particulares de palestinos en asentamientos no autorizados. Estos se suman a los más de 120 territorios ocupados en la Cisjordania, donde viven un número superior en los 400.000 colonos, fuera de la ley internacional y en contra de los acuerdos del Consejo de Seguridad de Naciones Unidas.
El pueblo israelí, que procede en buena parte de las familias expoliadas, asesinadas y masacradas en el Europa convulsa del siglo pasado, debe de observar, con estupor, que el trato al que somete su gobierno a los palestinos no es el normal para una de las democracias más dinámicas y avances del mundo.
No perdemos la esperanza en qué unos y otros encuentren los caminos de concordia que eviten el conflicto y las muertes, favoreciendo el entendimiento y la paz y consigan un desarrollo económico y social del Oriente Medio que lo sostenga. El desempeño de la Declaración Universal de los Derechos Humanos de 1948 fuera una buena pauta a seguir.
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