El jefe de la sección de Mèdia del diario AraÀlex Gutiérrez resumía el otro día de manera muy acertada el empacho de información sobre las elecciones presidenciales norteamericanas. Lo hacía en un tuit donde nos invitaba a hacer un ejercicio de persistencia retiniana: "Separa los ojos de la pantalla. Mira una pared blanca. Si ves la silueta del mapa de Estados Unidos, ¡bienvenido al club!"
En general unas elecciones norteamericanas nos afectan a todos, pero estas, con el reto coyuntural del COVID-19 —que mata el presente— y el estructural de la emergencia climática —que mata el futuro—, todavía más. Recordad que por el negacionista ignorant presidente actual, el COVID-19 es un tema pasado a pesar de tener 734 muertos por millón y que su política aislacionista lo ha llevado a retirar los EE.UU. de la OMS y los acuerdos contra el cambio climático de París.
Y en un tipo de juego de muñecas rusas recursivo, la complejidad de mover a tanta gente a votar en medio de una pandemia las hace también excepcionales desde un punto de vista logístico. Los lugares de votación se esponjan por el territorio así como el tiempo; más de 101 millones de votantes emitieron su voto los días previos a la cita, ya fuera de manera presencial o por correo. Mayoritariamente fueron votantes demócratas, Trump había llamado los suyos a no votar por correo en base a la enésima teoría de la conspiración que dice que sólo se contarían los votos del día de la elección.
El otro virus que ha traído a la movilización de los electores son los cuatro años de gobierno de los más incompetentes y cínicos, un gobierno que ha convertido la primera democracia moderna del mundo en una caquistrocracia de facto (del griego κάκιστος, el peor). Este ha sido el gran vector de participación, la motivación que necesitaban los millones de votantes del partido Demócrata que se quedaron en casa el 2016. Evitar como sea cuatro años más de caquistocràcia es razón más que suficiente para votar cualquier candidato que no sea Trump (el mérito más grande de JoeBiden es el de no ser Trump).
Estos dos virus son los que han hecho que tengamos la imagen del mapa de los EE.UU. grabada en la retina.
"El mérito más grande de Joe Biden es el de no ser Trump"
Si sois como yo, que habéis pasado noches, madrugadas y, excepcionalmente, tardes de sábado y de domingo enganchados a las teles norteamericanas, páginas web de medios, canales de Twitter y mensajería instantánea con amigos y conocidos de los EE.UU., sabréis que a partir de un punto los medios ya no son distinguibles. Las pantallas llenas de titulares, mapas, estadísticas y pantallas partidas de los canales de noticias 24 horas se asemejan más a una página web que a una emisión televisiva.
Los canales de los medios sociales llenos de reacciones, cortes de televisión, vídeos personales, mems y gifs animados conforman una parrilla televisiva, con información, opinión, humor y programas que abren sus líneas a la participación. El último tuit de Trump acaba amplificado en las teles; el vídeo que acabamos de ver en las 6 pulgadas del móvil lo vemos ahora a las 47 de la tele; las reacciones a la victoria de Biden en directo en la tele las vemos amplificadas en las redes sociales; o una historia que empieza en las redes sociales continúa en la tele y acaba convertida en un meme. Transmedia que acontece trasmemia.
También lo que no vemos es relevante. Hasta tres de las grandes cadenas norteamericanas cortaron un discurso de Trump donde hacía graves afirmaciones de fraude electoral sin aportar ninguna prueba. Es un hecho inaudito, controvertido y muy debatido: ¿hasta dónde se puede considerar censura y hasta donde responsabilidad del medio de no poner su audiencia al servicio de un discurso propagandístico? Un caso similar lo encontramos en Twitter y Facebook donde los mensajes de Trump acusando el proceso de votación de fraude son marcados como engañosos.
Propongo que aprendamos de la democracia norteamericana; desde aquello de "We the people" y de "La vida, la libertad y el derecho a perseguir la felicidad" de su declaración de independencia, hasta el lento recuento electoral de este año y el marcar los discursos propagandísticos como tales. Ganaríamos todos: los estudiantes podrían localizar cualquier comarca en el mapa de Catalunya tal y como por ejemplo lo hacen con Nevada y Pensilvania y los políticos que hicieran grandes afirmaciones las tendrían que acompañar de grandes demostraciones. Democracia, geografía y ciencia, todo por el mismo precio.