El filósofo libanés Nassim Taleb ha popularizado la teoría del cisne negro. En la Inglaterra isabelina de William Shakespeare no creían en la existencia de cisnes negros, dado que todos los ejemplares conocidos eran blancos… Hasta que el explorador Willem de Vlamingh descubrió a la cuesta oeste de Australia. La interpretación que el autor libanés hace de un cisne negro es la de un hecho inesperado y no previsto que tiene un gran impacto.
Podemos encontrar numerosos ejemplos de cisnes negros a lo largo de la historia. El atentado terrorista en las Torres Gemelas del año 2001, el asesinato en Sarajevo el 1914 del príncipe heredero del imperio austrohúngar, la manera como Alexander Fleming descubrió la penicilina en 1928… Y la aparición del coronavirus.
El descubrimiento oficial de la COVID-19 a Wuhan, el 31 de diciembre de 2019, y su rápida propagación por todo el mundo, ha cogido por sorpresa los epidemiólogos. A pesar de que la aparición de los virus estacionales de la gripe es un hecho normal y recurrente, ningún experto en salud pública había previsto una pandemia tan excepcional como la que estamos sufriendo. Y este hecho inesperado marcará, muy probablemente, un antes y un después. No somos pocos los que sostenemos que la resolución de la gran recesión del 2008 fue en falso, y que el abuso tóxico de políticas fiscales y monetarias ultraexpansivas con deudas públicas descontroladas, auxiliadas por la creación monetaria a tipo de interés cero, acabará de la peor manera con otra crisis financiera y recesión económica mundiales. Pero se hacía muy difícil precisar cuándo. ¿Quizás después de las elecciones presidenciales de los EE.UU. el noviembre de este año, cuando la Fed se decidiera a normalizar mínimamente el tipo de interés? Era una hipótesis posible que la irrupción del coronavirus ha hecho avanzar de manera contundente e imprevista.
El Estado sobrepasa el alcance de sus funciones habituales en circunstancias excepcionales. Lo hizo durante el crac del 1929, a la Segunda Guerra Mundial, la crisis del petróleo de la década de 1970 y lo está haciendo ahora con la pandemia del virus SARS-CoV-2. El Gobierno coge el control total de la sociedad y limita derechos básicos de manera temporal con el objetivo de evitar la propagación de los contagios. ¡Pero alerta! En política no hay nada tan permanente como una medida transitoria. Vean, si no, como las medidas del neoliberal Milton Friedman aplicando una retención temporal en origen a los salarios, en concepto de IRPF, se convirtió en una retención permanente. Para comprobarlo, sólo hay que repasar el último recibo. Se establecen nuevos programas, agencias y políticas gubernamentales, como respuestas a la emergencia sanitaria, pero hay peligro de que la mayoría de las medidas temporales sean crónicas. El Leviatán despótico, entonces, aumentaría su poder y control sobre la sociedad, corriendo el riesgo de anclarse en la tiranía.
El presidente del Gobierno, Pedro Sánchez, ha anunciado un paquete de medidas que movilizarán 200.000 millones de euros. Es una cantidad enorme de dinero, cercana al 20% del PIB. En buena parte, pero, son aplazamientos de pagos: 100.000 millones de avales bancarios (una nueva medida de apoyo al sector) y 83.000 millones en demoras de pagos hipotecarios o recibos de luz y gas. Los restantes 17.000 millones son dinero creado que se inyecta en la economía en forma de subsidios a empresas y trabajadores. Y aquí está el problema. No se han rebajado impuestos que permitan coger aire para volver a la carrera productiva cuando las circunstancias epidemiológicas mejoren. Tampoco se han anulado las regulaciones que dificultan la actividad económica. Lo único que hace este paquete de medidas del PSOE es comprar tiempo a un precio elevado.
"El único que hace este paquete de medidas del PSOE es comprar tiempo a un precio elevado"
La crisis del coronavirus es de oferta. No es una crisis originariamente de demanda, a pesar de que el consumo en sectores como el turismo y la hostelería se haya desplomado. El problema y la urgencia principal son los infectados. Muchos trabajadores están enfermos, las empresas cierran y la producción se interrumpe. Sin producción no hay ingresos. Y sin ingresos no hay capacidad real de consumo y no se pueden pagar facturas ni impuestos. Es así de sencillo. Si la epidemia no se controla pronto y las empresas no vuelven a producir, con mano de obra sana y productiva, caeremos al abismo.
El Estado español estaría en quiebra, incapaz de generar ingresos, abrumado con grandes obligaciones de pago y obligado a pedir un rescate exterior. Querer mantener artificialmente la demanda (asumiendo más deuda) pero sin producción, sólo hará aumentar la inflación. El monstruo de la inflación puede despertarse con furia destructiva. Si todos vamos a comprar alimentos y las estanterías del supermercado están vacías, los precios se dispararán. Y si el Estado intenta limitarlos, vía decreto ley, las consecuencias serán todavía peores.
Para no parar la actividad productiva de productos básicos o farmacéuticos, se tiene que incentivar a las empresas, campesinos y tiendas de alimentación, con desgravaciones fiscales e incentivando la contratación de nuevo personal con exenciones temporales a la Seguridad Social. Y los autónomos, estos héroes y heroínas que nunca están enfermos y que resisten a todas las enfermedades y adversidades, incluido el coronavirus, tendrían también que ser premiados con la condonación temporal de la cuota mínima mensual de 286,15 euros.
No podemos consumir aquello que no se ha producido. La oferta prevalece sobre la demanda. Y cuando la pandemia vírica debilita la oferta, tenemos que procurar revitalizarla con todos los medios disponibles.