Cuando yo nací, paseabas por la calle y veías locales rotulados con nombres curiosos como por ejemplo Banca Catalana, Banca Jover, Banca Mas Sardà o Banco Industrial de Cataluña. Y cuando entrabas en una de aquellas oficinas oscuras, con una barra como de bar y unos cajeros –no cajeros automáticos, sino personas- que te ofrecían actualizar la libreta a mano, consultar el depósito, y algunos quizás te ofrecían un crédito personal. Nada de hipotecas, ni fondos de pensiones, ni participaciones preferentes!
Mientras yo aprendía a decir "mama" y "papa", el país salía de una crisis enorme, entonces se dijo la crisis del petróleo. En pocos años, España pasó de más de 100 bancos a sólo 50. Y fijaos, uno de los grandes escándalos de la época fue cómo de diferente se trató la crisis de Banca Catalana y la del Banco de Vizcaya. Banca Catalana fue víctima de un rumor de suspensión de pagos tirado por algunos medios de Madrid ante la pasividad del Estado, mientras otros grandes bancos, como el Banco de Vizcaya, veían como se cambiaban sus créditos a la siderurgia vasca por créditos avalados por el Estado.
Y no sólo esto, sino que después de la quiebra, el Banco de España saneó Banca Catalana y la entregó en bandeja por una peseta al... Banco de Vizcaya.
Pero de aquella crisis salió un fenómeno muy interesante: Las cajas de ahorro pasaron de ser una institución marginal a ser la columna vertebral del sistema financiero de Cataluña. La Caixa de Barcelona y la Caixa de Pensiones se fusionaron y crearon un gigante que hoy conocemos como CaixaBank, que tenía sentido porque alrededor había una decena de Laietanes, Préstamos, Tarragones, Girones, etc.
30 años después, si os fijáis, estamos igual.
Ha habido una crisis tremenda, aunque este golpe no ha sido por el petróleo, sino por el totxo. España ha pasado de más de 40 bancos a poco más de una decena. Y un golpe más, el Estado ha tenido sus prioridades. La red de cajas catalanas se ha dejado caer entera. Y que conste que algunas se lo merecían, pero han desaparecido todas sin excepción. Mientras tanto, el dinero público han servido para engordar proyectos con base en Madrid como el desastre de Bankia. Recordáis Banca Catalana y el Banco de Vizcaya? Pues no hace tanto que se planteaba una fusión entre La Caixa y Bankia que tendría que resolver todos los problemas...
"La red de cajas catalanas se ha dejado caer entera. Y que conste que algunas se lo merecían"
Y claro, después ha llegado el referéndum, y La Caixa y el Sabadell, que dependen del poder político de Madrid por su negocio regulado, recibieron una simpática llamada de la Moncloa y cambiaron su sede social fuera de Cataluña. Ya veremos qué efectos tiene a largo plazo, pero el golpe moral ha sido fuerte.
El desierto que tenemos ahora no es tan diferente del que teníamos hace 30 años. Cuando yo aprendí a decir "banco" y "caja", la red de cajas se convirtió en el motor financiero de la pequeña y mediana empresa catalana e hizo posible la reconversión industrial y las multinacionales de bolsillo.
Ahora, pues, es el momento de reinventarse, cómo ha hecho siempre este país. Y de hacerlo no gracias al Estado, sino al margen del Estado. Como los aventureros de las cajas locales de los años 80.
Con iniciativas colectivas privadas locas e inconscientes como la de la Cooperativa Catalana de Servicios Financieros. Sort y aciertos! El país lo necesita.
(Presentación hecha en la Universitat de Barcelona el 15 de febrero de 2018)