Infojobs ha publicado un estudio donde explican que el 51% de los trabajadores españoles responde correos de trabajo durante las vacaciones. O es por necesidad —todos somos autónomos— o es por una mala educación digital. Seguramente las dos cosas, pero en cualquier de los dos casos el dato nos tendría que hacer pensar. Además de cuestiones cuantitativas, son las cualitativas las que son relevantes. Tenemos que desconectar del trabajo? sabemos? Y en caso de que queramos, podemos desconectar del trabajo?
Primero tendremos que entender qué entendemos por trabajo. En la sociedad actual, la información no es un producto derivado de la actividad humana, sino que son las otras actividades las que se derivan de la información. Las sociedades prehistóricas son aquellas que no tienen de tecnologías de la información (medios para grabar y transmitir conocimiento), las históricas son aquellas que desarrollan y la información es un producto derivado de la actividad humana, y las hiperhistòriques —la nuestra— son aquellas donde la actividad humana se basa en la información.
La evolución de nuestra medida relativa con los ordenadores nos puede dar una idea del que entendemos por trabajo. A los años 60 los ordenadores ocupaban habitaciones enteras; trabajábamos adentro. A los 1980 llegaron los ordenadores personales y pasamos de dentro a trabajar delante. Después, a los 90, con los portátiles pudimos trabajar en todas partes y aquí empezaron nuestros problemas. Son los años en que a IBM nos dieron portátiles Thinkpad (todavía los fabricaba IBM), uno busca y mesas calientes (más mesas que personas y ningún lugar asignado en propiedad). Trabajar conectado a la wifi en cualquier lugar de la oficina, hacer reuniones a la cafetería o acabar el trabajo en casa era la modernidad.
"El iPhone es un ordenador incrustado: lo traemos siempre enganchado a guisa de piel digital"
Y apenas ahora hace 10 años llegó el iPhone (un año antes en los EE.UU.), que no era la última iteración del móvil, sino la última iteración del ordenador. Ya no era el ordenador portátil, sino el ordenador incrustado: a nuestro trabajo, a nuestro estilo de vida y finalmente a nuestro cuerpo; lo traemos siempre enganchado a guisa de piel digital.
Los ordenadores son aparatos curiosos que, a diferencia otros —martillos, coches o dildos—, se rigen por sus propias leyes, la más famosa de las cuales es la ley de Moore. Todo el mundo hemos sentido a hablar y la versión popular es aquella que dice que "la capacidad de computación de los ordenadores se dobla cada 2 años" (18, 14, 12 meses, hay todo tipo de versiones).
Esta ley fue creada por el cofundador de Intel, Gordon Moore, en 1965 y reformulada por él mismo de manera ligeramente diferente diez años después, de aquí la confusión. Básicamente el sr. Moore es el culpable que siempre dudamos de si comprarnos un ordenador o esperar un poco que salgan los nuevos modelos más potentes.
La variación en las estimaciones de acabamiento de la Sagrada Familia —ya no lo veremos, 2050 y ahora 2025— se explican también gracias a la ley de Moore. Y diría que explica también el fenómeno de la imposibilidad de desconectar de los móviles ni que estamos de vacaciones.
"Los móviles cada vez tienen más potencia y nosotros más deseo de experiencias y contenidos digitales, un tipo de ley de Moore aplicada a nuestra atención"
El móvil que traemos al bolsillo tiene la potencia de un superordinador de hace 15 años. Es la oficina portátil, es nuestro estilo de vida (los jóvenes prefieren un iPhone a un coche al hacer 18 años) y es en definitiva nuestra vida. Las aplicaciones para trabajar, jugar o ligar (cualquier que tenga chat) corren sobre tecnologías que doblan su rendimiento cada dos años como mínimo. Compiten con el mundo real: con puestas de sol, playas de arena blanca, con una siesta bajo un pino, una caminata por la montaña, experiencias que no mejoran cada dos años (desgraciadamente empeoran). Los móviles cada vez tienen más potencia y nosotros más deseo de experiencias y contenidos digitales, un tipo de ley de Moore aplicada a nuestra atención que me dice que no, que no desconectaréis de vuestra vida estas vacaciones. Colgáis Instagrams.