Hace tiempo que quería escribir sobre startup y pymes, sobre todo porque mi contacto diario con las pymes deja claro la situación de abandono de este colectivo tan importante por cualquier economía de un país serio.
Vivimos rodeados de conceptos modernos como startup que conviven y a menudo confundimos con otros tipos de negocios "de toda la vida" cómo son los autónomos o las pymes. La pregunta es evidente: Cuál es la diferencia entre todos estos negocios? La mayoría de nosotros utilizamos indiscriminadamente el término startup para definir empresas de nueva creación sin tener en cuenta su actividad ni su razón de ser.
En este contexto, el concepto startup, a menudo asociado a emprendedor, lo han rodeado de una aureola de romanticismo que a menudo no tiene nada que ver con la realidad. La prensa y los gobiernos de trono lo han mitificat tanto que lo utilizamos para dar valor a un negocio o a una actitud. Es la cara amable del mundo a menudo gris, odiado y fustigado del empresario, hasta tal punto que es más agradable ser el CEO de una startup que el Gerente de una pyme. El uso indiscriminado de terminología anglosajona consolida todavía más este prestigio que conferimos a este tipo de negocio. Incluso hemos cambiado el concepto de empresa por el de iniciativa.
De entrada, tenemos que tener en cuenta que una startup tiene un componente tecnológico e innovador muy marcado y que está en la base de su creación, mientras que el autónomo o la pyme tiene una base más industrial, comercial o de servicios.
El otro aspecto que tenemos que distinguir es el tipo de crecimiento de las startups que acostumbra a ser muy rápido y exponencial mientras que por una pyme, el proyecto que se plantea es a medio y largo plazo apostando más por un crecimiento suave, controlado y lineal.
Esta diferencia afecta inevitablemente al tipo de puestos de trabajo que cada una de ellas crea. Una pyme creará puestos de trabajo en la zona donde se implanta, favoreciendo la implantación de una estructura de sociedad que repercute en el desarrollo del territorio, participando de la riqueza de su entorno. De la otra banda, la startup suele apostar por lugares con una altísima calificación tecnológica con personas que tienen una gran movilidad y que podrían trabajar desde cualquier lugar del mundo.
Otro parámetro es la financiación del proyecto. A diferencia de las startups que acostumbran a optar por los Business Angels y otras rondas de inversor externos, las pymes cuentan con un capital propio al cual se añaden diferentes sistemas de financiación más tradicionales como pueden ser el banco o la incorporación de socios capitalistas.
Qué de las dos es mejor?
Seria muy atrevido e inconsciente pensar que el una es mejor que la otra porque las dos son necesarias y pueden ser complementarías por la sinergia que pueden crear. Ahora bien, las políticas económicas no siempre van en esta dirección. Desde hace unos años asistimos a un despliegue de medios y recursos para favorecer la creación de startups cómo si estos negocios pudieran convertirse en el centro económico de un país.
Un reciente estudio de Spain Startups, revela que 9 de cada 10 startups no pasaba de los tres años de vida. Así pues, el riesgo que representa apostar sólo por este tipo de negocio, sería la ruina por cualquier país.
Por la otra banda, hablando con muy jóvenes con proyectos de crear startups basadas en su mayoría en aplicaciones por móvil y otros sistemas de comunicación, me he dado cuenta que el objetivo final no es tanto crear y consolidar una empresa potente, sino que sueñan a hacer el "pelotazo" tecnológico, esperando que su idea pueda entrar en una ronda de financiación que los permita desarrollar su proyecto para finalmente intentar venderlo a alguna compañía multinacional del estilo Facebook, Google, o Microsoft.
Me ha decepcionado sentir jóvenes que no tenían la más mínima intención de convertirse en pymes o en empresarios, con todos los dolores de cabeza que este tipo de negocio representa. Incluso, algunos de ellos sienten un pánico escénico cuando piensan que tarde o temprano se pueden convertir en empresarios.
La economía de un país tiene que encontrar el equilibrio entre todos los modelos de negocios. Pensar que sólo las startup tecnológicas o los emprendedores por si sólo pueden consolidar económicamente un país es hacer volar palomos. Un país necesita una industria potente, solida con un alto nivel de productividad y que apueste por la innovación. Las startups pueden jugar un papel importante a la hora de encontrar sinergias con este tejido industrial más "clásico" y que ahora está inmerso en la famosa industria 4.0. Esta manía de poner titular que esgarrifen.
Si estigmatizamos, castigamos y dejamos de banda la pyme y el autónomo para "consentir" el emprendedor y las startup, corremos el riesgo de perder la oportunidad de tener una economía diversificada que la hará sólida. Tenemos que creer que tenemos suficiente experiencia en nuestro país que durante 10 años ha centrado sus recursos en la construcción y negocios complementarios y que todavía hoy está pagando las consecuencias negativas de esta híper-concentración.
Vivimos rodeados de conceptos modernos como startup que conviven y a menudo confundimos con otros tipos de negocios "de toda la vida" cómo son los autónomos o las pymes. La pregunta es evidente: Cuál es la diferencia entre todos estos negocios? La mayoría de nosotros utilizamos indiscriminadamente el término startup para definir empresas de nueva creación sin tener en cuenta su actividad ni su razón de ser.
En este contexto, el concepto startup, a menudo asociado a emprendedor, lo han rodeado de una aureola de romanticismo que a menudo no tiene nada que ver con la realidad. La prensa y los gobiernos de trono lo han mitificat tanto que lo utilizamos para dar valor a un negocio o a una actitud. Es la cara amable del mundo a menudo gris, odiado y fustigado del empresario, hasta tal punto que es más agradable ser el CEO de una startup que el Gerente de una pyme. El uso indiscriminado de terminología anglosajona consolida todavía más este prestigio que conferimos a este tipo de negocio. Incluso hemos cambiado el concepto de empresa por el de iniciativa.
De entrada, tenemos que tener en cuenta que una startup tiene un componente tecnológico e innovador muy marcado y que está en la base de su creación, mientras que el autónomo o la pyme tiene una base más industrial, comercial o de servicios.
El otro aspecto que tenemos que distinguir es el tipo de crecimiento de las startups que acostumbra a ser muy rápido y exponencial mientras que por una pyme, el proyecto que se plantea es a medio y largo plazo apostando más por un crecimiento suave, controlado y lineal.
Esta diferencia afecta inevitablemente al tipo de puestos de trabajo que cada una de ellas crea. Una pyme creará puestos de trabajo en la zona donde se implanta, favoreciendo la implantación de una estructura de sociedad que repercute en el desarrollo del territorio, participando de la riqueza de su entorno. De la otra banda, la startup suele apostar por lugares con una altísima calificación tecnológica con personas que tienen una gran movilidad y que podrían trabajar desde cualquier lugar del mundo.
Otro parámetro es la financiación del proyecto. A diferencia de las startups que acostumbran a optar por los Business Angels y otras rondas de inversor externos, las pymes cuentan con un capital propio al cual se añaden diferentes sistemas de financiación más tradicionales como pueden ser el banco o la incorporación de socios capitalistas.
Qué de las dos es mejor?
Seria muy atrevido e inconsciente pensar que el una es mejor que la otra porque las dos son necesarias y pueden ser complementarías por la sinergia que pueden crear. Ahora bien, las políticas económicas no siempre van en esta dirección. Desde hace unos años asistimos a un despliegue de medios y recursos para favorecer la creación de startups cómo si estos negocios pudieran convertirse en el centro económico de un país.
Un reciente estudio de Spain Startups, revela que 9 de cada 10 startups no pasaba de los tres años de vida. Así pues, el riesgo que representa apostar sólo por este tipo de negocio, sería la ruina por cualquier país.
Por la otra banda, hablando con muy jóvenes con proyectos de crear startups basadas en su mayoría en aplicaciones por móvil y otros sistemas de comunicación, me he dado cuenta que el objetivo final no es tanto crear y consolidar una empresa potente, sino que sueñan a hacer el "pelotazo" tecnológico, esperando que su idea pueda entrar en una ronda de financiación que los permita desarrollar su proyecto para finalmente intentar venderlo a alguna compañía multinacional del estilo Facebook, Google, o Microsoft.
Me ha decepcionado sentir jóvenes que no tenían la más mínima intención de convertirse en pymes o en empresarios, con todos los dolores de cabeza que este tipo de negocio representa. Incluso, algunos de ellos sienten un pánico escénico cuando piensan que tarde o temprano se pueden convertir en empresarios.
La economía de un país tiene que encontrar el equilibrio entre todos los modelos de negocios. Pensar que sólo las startup tecnológicas o los emprendedores por si sólo pueden consolidar económicamente un país es hacer volar palomos. Un país necesita una industria potente, solida con un alto nivel de productividad y que apueste por la innovación. Las startups pueden jugar un papel importante a la hora de encontrar sinergias con este tejido industrial más "clásico" y que ahora está inmerso en la famosa industria 4.0. Esta manía de poner titular que esgarrifen.
Si estigmatizamos, castigamos y dejamos de banda la pyme y el autónomo para "consentir" el emprendedor y las startup, corremos el riesgo de perder la oportunidad de tener una economía diversificada que la hará sólida. Tenemos que creer que tenemos suficiente experiencia en nuestro país que durante 10 años ha centrado sus recursos en la construcción y negocios complementarios y que todavía hoy está pagando las consecuencias negativas de esta híper-concentración.
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