A estas alturas ya hemos entendido que hemos confundido sobremanera conectividad con disponibilidad. Que estuviéramos en casa conectadas –y confinadas- no quería decir que estuviéramos todo el día disponibles. Esto, que ha pasado durante las semanas del confinamiento, sigue pasando. Mi colega Dulce Iborra se lamentaba de que a las 6 de la tarde es cuando sus clientes quieren todo y lo quieren de forma inmediata, cuando llevamos sentadas cara al ordenador desde las 8 de la mañana. Estar conectada no estar disponible. Ni ahora ni antes.
Si además le sumamos que nuestra vida ha pasado a ser síncrona, en tiempo real, donde todo ocurre al instante y sin derecho a la asincronía para contestar cuando nos venga en gana, se pueden entender los resultados de la investigación que están llevando a cabo las profesoras del Departamento de Sociología y Antropología Social de la Universitat de València, Cristina Benlloch y Empar Aguado y la politóloga-jurista Anna Aguado. Quieren conocer cómo afecta el confinamiento por el coronavirus al teletrabajo -del que ya hemos hablado y mucho aquí- y a la conciliación en las unidades familiares. La investigación revela que las mujeres con menores que teletrabajan soportan la mayor parte del estrés derivado de esta situación. Y no me extraña. Al siempre disponible y de manera síncrona que sufrimos en modo teletrabajo, se le añade la atención indefinida a las tareas y necesidades de los pequeños, y de algunos adolescentes (doy fe).
Quizás, las profesionales freelance y las mujeres que teletrabajan y cuidan 24/7 deberíamos establecer una suerte de desescalada, como la que están poniendo en marcha en algunos comercios. Empezar a tener algo de tiempo, aunque sea para respirar en solitario y salir de una dinámica que, aunque está claro que hay problemas mayores, está desbordando a muchas mujeres y madres. Y si algo tengo claro es que alguien tiene que cuidar a la cuidadora. Quizás podríamos pedir cita previa para todo lo que necesitamos. Como en Zara.
Desde ayer se puede comprar en las tiendas de Inditex que tengan menos de 400 metros cuadrados. Eso sí, con cita previa, con un límite de media hora y con solo un cliente por dependiente, lo que supone que como mucho podrá haber cuatro clientes al mismo tiempo en la tienda. También los pequeños negocios locales empiezan a abrir sus puertas con medidas de seguridad, mamparas y limitación de clientes dentro del establecimiento. Y con cita previa.
Disponer de este mecanismo nos ha facilitado la vida durante los últimos años, optimizando el tiempo de espera en administraciones públicas, servicios médicos, trámites varios, peluquerías o centros de estética. Pedir cita era algo normalizado. Y útil. Sin embargo, pedir cita para ir a Zara, para comprarle unos zapatos a tu hijo pequeño en la zapatería del barrio o para revisar las novedades literarias en una librería, se me hace del todo raro. Y sobre todo, que me limiten el tiempo a media hora. ¡Media hora! La verdad es que el “seguimos para bingo” se me queda corto. Si la preocupación es recuperar la economía y el comercio local cuanto antes, con estas medidas no estamos facilitando que ocurra. En mi casa, a golpe de clic y sin limitación en el tiempo de navegación, puedo comprar prácticamente todo lo que necesito, probarlo y si no me encaja, devolverlo. No es de extrañar que más del 60% de los españoles asegure que seguirá comprando online cuando acabe la cuarentena, según datos facilitados por Veepee. Y es que nos hemos hecho un máster en compra online.
Pero aunque necesitemos tiempo y desconexión para sobrellevar esta nueva prórroga, donde muchas de nosotras vamos a seguir teletrabajando y cuidando y haciendo malabares para llegar a todo, no veo cómo va a contribuir que nuestra vida fuera de casa esté organizada con cita previa y en franjas de media hora.