"¿Cuando voy a comprar acabo improvisando y llevándome productos que no había previsto?", me pregunta la encuesta que ha activado la Consellería de Agricultura. El estudio pretende analizar la alimentación durante el confinamiento y sus resultados se vincularán con el funcionamiento de la Red para el conocimiento y la prevención de las pérdidas y el derroche alimentario. Contesto que no. Y si tuviera que aplicar esta pregunta a mi primera salida de compras que-no-son-a-Mercadona-o-Consum-o-la-farmacia, la respuesta sería "me ha sido imposible llevarme nada imprevisto". He tenido mi primera 'experiencia Inditex' en plena desescalada, el último viernes de fase 1. Aquí va.
Durante el confinamiento han crecido muchas cosas en mi casa: las plantas, la impaciencia, las horas de trabajo nocturno... y mis hijos. Y con ellos, ha menguado la ropa o esa es mi sensación. ¿Dónde están las camisetas de manga corta? ¡Dios mío! En València el calor ya está presente, de hecho, recordemos que este lunes 1 de junio se inicia la temporada de playas seguras (¿lo de antes qué era? ¿Playas inseguras?). La cuestión es que a los niños les hace falta ropa de batalla, que decimos las madres. Y el ecommerce ha hecho "su magia", que añadiría el compañero Aiats Agustí. Caja de cartón transportada desde algún centro logístico de la firma de Amancio Ortega desde Madrid hasta el cap i casal. Todo muy bonito y no especialmente caro, pero mi tasa de acierto con las tallas es más que cuestionable.
Cómo me sabe mal tener que llamar al repartidor para que se lleve la caja de ropita infantil prácticamente llena, me doy cuenta que SÍ, QUE YA PODEMOS ir a las tiendas. Y, con la paz que da poder dejar los niños con la familia al menos unas horas, ando hasta el centro de la ciudad. Obviamente aquí ya hay un cambio evidente en mi rutina, porque antes hubiera ido en bus o metro. Primera actitud desescalada.
La segunda llega rápido. Antes iría directa a la tienda, pero en el confinamiento el Ayuntamiento valenciano ha remodelado la plaza del Ayuntamiento siguiendo un criterio diferente del urbanismo que antes imperaba, como bien explicó aquí Raquel Andrés, y por lo tanto, la vuelta a la plaza es obligada. De camino he visto la puerta de El Corte Inglés cerrada y aquel gentío de personas entrando y saliendo, mareadas por los aires acondicionados o por la calefacción de los ventiladores de la puerta (depende de la temporada) incluso se echa de menos.
"He visto la puerta de El Corte Inglés cerrada y aquel gentío de personas entrando y saliendo, mareadas por los aires acondicionados o por la calefacción de los ventiladores de la puerta incluso se echa de menos"
Finalmente, llego a la tienda de Zara y ahora si, empieza la distopia del consumo. Un recorrido en zig-zag para entrar, una dependienta en la puerta para regular el aforo (¿hola? ¿Dónde están las técnicas de control de distanciamiento social que están aportando tantas startups?) y un dispensador súper estiloso para que nos suministramos la nueva crema de manos del siglo XXI: el gel hidroalcohólico. Manos limpias y corte de entrada superado, me adentro en la tienda que tiene buena parte de los estantes vacíos y áreas recortadas en superficie porque en fase 1 sólo pueden abrir los establecimientos con superficie igual o menor a 400 metros cuadrados.
"¿Y la ropa infantil?", pregunto a una trabajadora. "Lo que tenemos está ahí delante". El 'lo que tenemos' ya es indicativo de la poca cosa que encontraré. Cuatro estantes, con escasos modelos y casi nada de las tallas que estoy buscando. Acabo rápido y me hago el discurso interno que tanta queja porque no encontraba tampoco tallas en la tienda online y mira. ¿Dónde tienes la ropa, Amancio? Lo deben de estar pensando las personas que entran detrás mío y que también han hecho cola rápidamente cargados con las cajas de la compra online. Todo el mundo quiere devolver piezas, ¿pero quién compra? Las dependientas, que visten mascarilla negra corporativa a juego con el uniforme, hacen cara de pena y la cajera me reconoce que "es triste verlo todo tan vacío".
Cuando pago con tarjeta la única camiseta que he encontrado y devuelvo las numerosas piezas que no necesito, vuelvo a autodispensarme gel hidroalcohólico antes de buscar (literalmente) las pegatinas que por el suelo te indican donde está la ruta de salida. Y al cruzar las puertas, una voz dice: "Pasen los siguientes". Es la chica de la entrada que ahora regula el aforo, que está invitando a pasar a quien estaba afuera esperando su turno. Ya no está de moda entrar con libertad y regirar toda la ropa sin ningún respeto para los dependientes que acaban de asear aquella o esta mesa, ahora la experiencia de compra es otra. Y muy muy triste, ciertamente.
"¿Dónde tienes la ropa, Amancio? Lo deben de estar pensando las personas que entran detrás mío y que también han hecho cola rápidamente cargados con las cajas de la compra online"
Si desescalar es el contrario del aumento rápido y alarmante de algo, este retorno será más lento de lo que pensaba. La experiencia de cliente, el mantra repetido durante años por los expertos en ventas, se está desvaneciendo en este escenario. Porque comprar productos que no son de primera necesidad implicaría felicidad en otra época, satisfacción del cliente. Y ahora el convencimiento de que tenemos que mover la economía es lo que me ha empujado a consumir, pero la frialdad de la experiencia es lo que me llevo. ¿Cómo desescalamos ahora este recuerdo? En el online me evito las colas, el gel insistente y el escaparate es mucho más grande, pero me ahorraría ver los ojos –verdes, preciosos- de la dependienta que me ha dicho que sí, que el vacío es desolador.
A ver cómo lo hacemos.