Pañales. Café. Azúcar moreno. Harina. Huevos.... Si no fuera por los primeros, los productos de mi lista de la compra podrían ser coetáneos de un ciudadano de posguerra. ¿Por qué todo el mundo está comprando harina estos días? ¿O gastando la que tenía en aquel bote de vidrio en el estante de arriba del todo de la cocina? Harina para hacer cocas, magdalenas, masas de pizza. Es la segunda fase de la crisis que nos metió a todos en el delantal cuando no había dinero para salir a los restaurantes: ahora no se puede salir. Ni a los restaurantes. Punto.
De mi lista de la compra, el café ya no lo gasto con cafeína. Fuera vicios. La realidad es que hay que ponerle ganas para dormir mejor y si la taza de la mañana la podemos reducir, pues ya está hecho. La lista de la compra la tengo en una libreta en la cocina, como siempre, y ahora es la única imprescindible. La de personas con las cuales quedar, restaurantes para probar, conciertos infantiles para los que comprar entradas las hemos espaciado. Todo aplazado hasta nueva orden.
También la lista de pendientes 'muy pendientes'. Lo pensaba esta mañana cuando he encontrado un post-it con la hora de la peluquería. Tenía que haber ido el 13 de marzo y ya por decisión personal, aplacé la cita. La peluquera, que es una de estas profesionales con empresa pequeña a cuestas que ahora está sufriendo en su propia piel el cierre de su negocio y modo de vida, me preguntó: "Pero la cita del día 20 la mantenemos, ¿no?". Ignorantes ambas, acordamos que hablábamos en unos días. Y hasta hoy. Los autónomos en stand-by ya no están en la lista de la compra de ninguno de nosotros, compradores únicos ahora de productos de guerra (vírica).
Pero es que ahora, encima, en el País Valencià las consellerías de Agricultura Ecológica y Economía, a través de las Direcciones Generales de Trabajo, han acordado que avalarán por seguridad los ERTEs en el sector pesquero, dada "la dificultutat que pueden presentar algunos barcos y buques para garantizar la seguridad de su personal". En una comunidad mediterránea, que factura 92 millones de euros anuales con cofradías y comunidades, no tener pescadores en el mar es una mala noticia. Las cifras hablan de 4.000 el número de ocupaciones, directas e indirectas, que dependen del mar, como tantas otras que ahora están en pausa, ya lo sé.
Pero es que me da miedo, por decirlo suavemente, que aquellas historias de posguerra que me explican al calor de recetas de arenques y gachas, no suenen tan lejanas. Más que miedo, le tengo respeto a una lista de la compra que, de aquí a unos años, pueda parecer cosa de abuelos.