Este es mi último (Des)teletrebajar con niños en primera persona. No, no es que hayan cambiado mucho las cosas porque si miráis las noticias o leéis la prensa, sabréis que los niños continúan sin colegio -siempre que los padres no tengan trabajos forzosamente presenciales- y continúan estando en casa, a mi lado. En este tiempo la motivación no ha sido otra que poner luz y ejemplos en la realidad -y también la desigualdad- que entidades como el ODEE o el Instituto Valenciano de Investigaciones Económicas (IVIE) ha señalado que ya pesa sobre las espaldas de las mujeres.
Desigualdad que añade una carga ya superior para ellas desde antes del confinamiento y que ahora cifra en 60 las horas semanales, entre trabajo remunerado y doméstico. Las consecuencias de esta situación no sabemos si pesarán sobre la conciencia de algunos. Nunca he querido opinar desde esta (privilegiada) tribuna, pero cuando todo el mundo ha antepuesto los bares, las empresas, la economía, a los más pequeños... alguna voz tuvo que decirlo. Y una de esas también quise ser yo.
Cuando escuché en las primeras ruedas de prensa a Fernando Simón decir que al quinto día de confinamiento "ya no nos haría tanta gracia" esto de estar encerrados cocinando pasteles y viendo el reloj pasar me asusté mucho. No me había concienciado de ninguna de las maneras sobre cómo tenía o no tenía que ser lo que vendría, y su golpe de realidad fue duro.Era un "al loro, que lo vamos a pasar mal" y no se equivocó no, ni lo más mínimo. De la dureza de este tiempo podrán hablar mejor las miles de personas que han perdido a un ser querido, y por suerte no soy una de ellas, pero en cada micromundo se viven situaciones límite que nos fuerzan a redefinirnos, a aprender sobre la marcha, a improvisar con más o menos acierto. En el frigorífico de mi cocina todavía cuelga el horario de rutinas cotidianas que me tuve que dibujar para encontrar espacios en los que (des)teletrabajar mientras intentaba que las comidas, las siestas y los ratos de películas infantiles tuvieron una coherencia de acuerdo con las edades de mis hijos. Al final, me calmó sobre todo un mensaje de WhatsApp: "Su madre puede fallar".
"En cada micromundo se viven situaciones límite que nos fuerzan a redefinirnos, a aprender sobre la marcha, a improvisar con más o menos acierto"
Y su madre, la de mis hijos, ha fallado mucho. Seguramente habréis encontrado más de una errata en estos artículos escritos a deshoras, con mucho sueño y el estrés y la ansiedad haciéndome la puñeta. Saber que la vida real se había parado ha sido difícil, pero tener que contarlo con los recursos disponibles, desde esta mirada de madre que ya siempre me acompaña tampoco ha sido fácil. Uno mea culpa entonado desde aquí.
Este miércoles el Ministerio de Educación ha avanzado un poco en la desescalada que necesitábamos padres y madres avisándonos de que los niños podrán volver al colegio presencialmente, que las aulas tendrán que disminuir ratios y que los más pequeños podrán conformarse en tribu y sentarse juntos, sin mantener 'el espacio de tranquilidad' del que os hablaba la semana pasada. Resulta ahora que el coronavirus tiene que llevar a menos niños a las aulas como hace tiempo piden los docentes y comportarse como la sociedad ha vivido siempre: en grupo. Desconozco cómo será el retorno realmente porque en un día cambian drásticamente las cosas de color y de forma, pero septiembre se divisa, al menos para nosotros, algo más esperanzador. Y ya tocaba.
La lectura que hemos hecho de todo esto es muy fácil: si los padres y madres podemos trabajar también fuera de casa (las horas que necesitamos y no la eternidad), producimos bienes y servicios al mismo tiempo que nos formamos como personas y crecemos como profesionales, seamos periodistas, camareros o astronautas. Y si nosotros trabajamos, la Seguridad Social se enriquece, la empresa sigue produciendo, el sistema se mantiene vivo... y es fácil que otros adultos (locos, seguramente) quieran probar la maternidad/paternidad por el gusto de reproducirse. Y los nacimientos ayudan a garantizar el Estado del bienestar, que es el que nos ha salvado a todos. A los sanos y a los contagiados.
La natalidad ya era baja antes. Pero conozco parejas que se han embarazado en el confinamiento (¡felicidades!), otros que con la reactivación económica no le tienen miedo a entramparse en tratamientos médicos que les puedan garantizar ser padres (¡valientes!) y justamente el miércoles nació como un (precioso) rayo mi sobrina pequeña. La vida sigue y la esperanza anda en pañales, lleva chupete y toma pecho: a ver si entre todos sabemos hacer ver donde está el futuro.
Enhorabuena, padres y madres lectores. Hemos llegado al final de curso siendo nosotros los maestros. En septiembre, Dios dirá.